El Color de la Diversión
Había una vez en la ciudad de Buenos Aires un niño llamado Lucía, y no, no te confundas: a Lucía le gustaba que lo llamaran así. Desde pequeño, Lucía se sentía atraído por todo lo que era rosa: sus camisetas, sus zapatillas y, por supuesto, sus muñecas. Le encantaba peinarlas, vestirlas y crear historias extraordinarias en su mundo de fantasía.
Un día, mientras jugaba en su patio, su mejor amigo, Mateo, llegó riendo.
"¿Qué haces, Lucía? Deberías estar jugando a la pelota con los chicos."
"¡Vení, Mateo! ¡Mirá lo que hice con mis muñecas! Están vestidas para la fiesta de cumpleaños."
Mateo se acercó un poco más, pero mantuvo una sonrisa burlona.
"Pero... son muñecas, Lucía. A los chicos no les gusta jugar con muñecas."
Lucía se sintió un poco triste, pero decidió no dejar que eso lo detuviera.
"A mí me gusta, y eso es lo que importa. Hay que divertirse. ¿Te gustaría ayudarme a organizar la fiesta?"
Mateo se quedó pensando por un momento, y al final, con una sonrisa tímida, aceptó.
"Está bien, pero solo si hay globos."
Así, los dos comenzaron a preparar una gran fiesta para las muñecas. Mateo se sorprendió al ver cuánto podía disfrutar de esa actividad. Juntos, decoraron el jardín con globos de colores, y hasta hicieron una tarta con barro como si fuera de chocolate.
Justo cuando estaban a punto de empezar el 'cumpleaños', un grupo de chicos del barrio pasaron y vieron lo que hacían. Entre ellos estaba Tomás, un niño conocido por ser algo molesto.
"¿Qué hacen ustedes? ¡Eso es para nenas!" - se rió Tomás.
Mateo se puso nervioso y miró a Lucía, buscando una salida. Pero Lucía, en lugar de molestarse, respondió con confianza.
"A mí me gusta jugar con muñecas. ¿Y a vos? ¿Te gustaría probar? Tal vez sea más divertido de lo que pensás."
Los chicos se sorprendieron ante la valentía de Lucía. Tomás, que no quería ser menos, entrecerró los ojos.
"Yo no juego con muñecas, eso es para chicas."
"¿Por qué no? A veces se trata de pura diversión. ¿O preferís quedarte solo con la pelota?" - contestó Lucía, sonriendo.
Mateo sintió un aire de valentía en su amigo y dijo.
"Vengan, ¡pueden unirse a la fiesta! Hay mucho espacio y todos pueden jugar."
Al principio, los chicos dudaron, pero la curiosidad los ganó. Así que se unieron a la fiesta de muñecas de Lucía, ayudando a hacer más globos y dulces de barro. Pronto, todos reían y disfrutaban de su tiempo juntos.
Un poco más tarde, Lucía y Mateo, junto con sus nuevos amigos, decidieron hacer una competencia de moda entre las muñecas.
"¡El jurado puede ser el grupo de chicos!" - propuso Mateo.
Los chicos, ahora completamente involucrados, comenzaron a calificar los disfraces de las muñecas con risas y gritos de emoción. Cada niño pudo actuar como jurado, y Lucía y Mateo fueron los presentadores del evento.
Al final del día, lo que comenzó como una simple fiesta de muñecas se convirtió en una gran celebración de amistades, donde todos compartieron risas y creatividad, sin importarles el color rosa o lo que se consideraba 'para nenas' o 'para chicos'.
A la tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, sus nuevos amigos se fueron a casa, pero no sin antes despedirse.
"Vamos a hacer otra fiesta de muñecas pronto, ¡fue divertidísimo!" - exclamó Mateo.
Lucía sonrió y se sintió feliz. Entendió que lo más importante era disfrutar y hacer lo que amaba, sin preocuparse por lo que otros pensaran. A partir de ese día, Lucía no solo jugó más feliz, sino que también aprendió que la verdadera amistad se trata de aceptar a los demás, sin importar sus gustos o preferencias. Y, por supuesto, que el rosa era un color tan divertido como cualquier otro.
Así, terminó un día inolvidable. Pero lo que comenzó como un simple juego se transformó en una enseñanza importante: todo el mundo debería ser libre de disfrutar de lo que le gusta, y compartir esos momentos puede traer a más amigos de lo que uno imagina.
Desde entonces, Lucía siguió siendo el niño que adoraba el rosa y las muñecas, pero ahora también era conocido como el chico que hacía que los demás se sintieran bienvenidos para ser ellos mismos. En su pequeña ciudad, el jardín de Lucía se convirtió en un lugar mágico donde todos podían ser ellos mismos, rodeados de colores y risas. Y así, la amistad y la creatividad brillaron más que nunca en el aire, haciendo de cada día una festividad llena de alegría.
Y colorín colorado, esta historia se ha terminado.
FIN.