El Color de la Libertad



En un pequeño pueblo llamado Pinta, los días transcurrían de manera muy especial. En Pinta, las niñas solo podían vestir de rosa y los hombres de azul. Las mamás se encargaban de todas las tareas del hogar, mientras que los papás salían a trabajar y traían el dinero a casa. Pero un día, todo esto empezó a cambiar.

Una niña llamada Lila estaba cansada de escuchar a su amiga Rosa decir:

"No puedo jugar con otros colores, porque solo se permite el rosa. ¡Quiero ser libre para elegir!"

Lila pensó mucho sobre eso. Ella tenía un hermano, Tomás, que siempre se quejaba de que tenía que llevar el color azul.

"Tomás, ¿no te gustaría ponerte algo de otro color?" le preguntó Lila un día.

"Sí, pero no puedo, porque solo se permite el azul. ¡Es tan aburrido!"

Decidida a cambiar las cosas, Lila ideó un plan. A la mañana siguiente, se armó de valor y le dijo a su madre:

"Mami, ¿puedo ayudar con las tareas del hogar este fin de semana? Me gustaría aprender."

"Claro, Lila, pero ¿por qué querrías hacer eso? Los niños no deben hacer quehacer."

"Pero, mami, yo quiero ser como tú. Quiero aprender a cocinar, a limpiar y a cuidar de la casa. También creo que Tomás debería poder elegir su propio color. ¡Los colores no deberían estar limitados por si eres niña o niño!"

La mamá de Lila la miró un poco sorprendida. Nunca había pensado en que las cosas podían ser diferentes. Pero decidió apoyarla y la dejó hacer algunas tareas del hogar. Lila se sintió feliz y empoderada al poder hacer las cosas que siempre había admirado en su madre.

Mientras tanto, Tomás estaba inquieto. Todos los días veía la ropa azul y soñaba con colores más vibrantes. Lila fue a hablar con él.

"Tomás, ¿y si un día decidimos usar los colores que queramos? Podemos organizar una fiesta de colores. ¿Te imaginas?"

"¡Sí! ¡Eso sería genial!" respondió Tomás emocionado.

Así que comenzó a correr la voz por el pueblo. Lila, Tomás y sus amigos organizaban la “Fiesta de Colores”. La idea era que cada quien pudiera usar el color que quisiera y mostrar su verdadero yo.

El día de la fiesta llegó, y el pueblo se llenó de colores. Los niños llevaban ropa roja, verde, amarilla, y, por supuesto, también había rosa y azul. Las mamás y los papás estaban sorprendidos al ver a sus hijos tan contentos. La felicidad llenaba el aire.

"¿Por qué no hacemos esto todos los días?" preguntó una mamá con una sonrisa al ver a su hijo vestida de un hermoso color verde.

"¡Sí! ¡Los colores nos representan a todos!" salió de la boca de un papá mientras su hija daba saltitos vestida de arcoíris.

Lila se dio cuenta de que no solo podían cambiar los colores, sino también los roles de las tareas. Ella y Tomás hablaron con sus padres y les explicaron que todos deberían ayudar en casa, independientemente de su género. Al principio, algunos adultos se mostraron escépticos, pero pronto vieron lo felices que estaban sus hijos con las nuevas ideas.

Con el tiempo, en Pinta, las mamás y los papás comenzaron a compartir las tareas del hogar. Las niñas podían elegir sus colores y los niños también. Lila y Tomás miraban a su alrededor con una gran sonrisa.

"¿Ves? A veces solo se necesita un poco de valentía para cambiar el mundo" le dijo Lila a Tomás.

"Sí, y todo empezó con un simple deseo de ser libre."

Los días en Pinta se volvieron más coloridos y felices. Fue un lugar donde todos podían ser ellos mismos, sin importar el color que llevaban puesto o las tareas que hacían. Y así, el pueblo de Pinta se convirtió en un ejemplo a seguir para otros lugares, inspirando a todos a vivir en un mundo donde lo más importante era ser felices y respetar la libertad de elegir.

Y así, Lila y Tomás aprendieron que los verdaderos colores de la vida no tienen límites, y que cada uno puede elegir su propio camino, ¡sin importar lo que digan los demás!

Fin.

FIN.

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