El Color de las Palabras
Era un día gris en la escuela, como muchos otros. La clase de lengua había comenzado y todos los alumnos se sentaban con caras de aburrimiento absoluto. Aquel era el momento que menos esperaban en el día, especialmente Máximo, un niño simpático con una gran sonrisa, que sentía que las letras eran como un enigma indescifrable.
"¿Por qué tengo que leer esto?" - se quejaba Érika, mientras miraba por la ventana cómo la lluvia caía sin parar.
"Es solo un texto, Érika. Concentrate un poquito más" - le decía su amigo Lucas, aunque a él tampoco le gustaba.
La maestra habitual, la señorita Pérez, estaba de viaje y en su lugar había llegado una reemplazo: la señorita Lila. Desde el momento en que entró al aula, la atmósfera cambió por completo. Con una chaqueta llena de colores y una sonrisa ilumbrante, la maestra parecía venir de un lugar donde la sabiduría era mágica.
"¡Hola chicos! Soy la señorita Lila y estoy aquí para hacer que aprendan de una manera divertida y creativa. ¡Vamos a darle vida a las palabras!" - exclamó, sacando de su mochila un montón de materiales coloridos.
Todos se miraron intrigados, pero especialmente Máximo, que sintió que el aire de la clase había cambiado. Las letras, que antes le parecían monstruos, comenzaban a moverse con alegría en su mente. La señorita Lila empezó a explicarle a los chicos que las palabras podían ser como el arte y que todos tenían una historia que contar.
"Hoy vamos a crear un mural con nuestras palabras favoritas. Cada uno elegirá una palabra y la decorará a su manera" - anunció la maestra.
Máximo se sintió nervioso. La idea de elegir una palabra y decorarla le daba miedo, pero la mirada alentadora de la señorita Lila lo impulsó a intentarlo. Su mente empezaba a llenar de colores las letras que hasta entonces siempre había visto en blanco y negro.
"Yo elijo ‘sueño’ porque quiero ser astronauta" - dijo Lucas, emocionado.
"Yo elijo ‘aventura’ porque quiero viajar por el mundo" - gritó Érika, saltando.
"Umm, yo…" - murmuró Máximo, sintiendo que todos lo miraban. Por fin pidió con un susurro: "Quiero elegir ‘sonrisa’".
La señorita Lila sonrió y le dijo: "¡Excelente elección, Máximo! Las sonrisas son contagiosas. Vamos a hacer algo muy especial con esa palabra".
A medida que la actividad avanzaba, los chicos se sumergieron en un mar de colores. La señorita Lila les enseñó sobre la sinestesia, donde combinaron colores y sonidos quedándose maravillados por la música que podían hacer con las palabras.
"Mirá, Máximo, tu palabra ‘sonrisa’ puede tener el color amarillo, que representa la alegría" - le dijo Érika, mientras le pasaba un pincel.
"Me gusta eso. Quiero que sea un sol" - respondió Máximo, con los ojos brillando.
La tarde transcurrió entre risas y creatividad. Al final de la clase, el mural de palabras decoradas era una explosión de colores y emociones. Todos se sentían orgullosos, especialmente Máximo, que al mirar su palabra escrita, notó que no solo significaba alegría, sino que también se transformaba en un modo de expresarse.
La señorita Lila se acercó a Máximo y le dijo: "¿Te gustaría leer tu palabra en voz alta?".
"No sé si puedo…" - titubeó, con un leve miedo.
"Vamos a intentarlo juntos. Recuerda, no hay respuesta incorrecta, y todas las palabras son una aventura" - le animó la maestra.
Con un suspiro hondo, Máximo tomó un papel en sus manos y leyó con un poco de temblores.
"Sonrisa…" - habló, mientras una gran sonrisa apareció en su rostro.
Todos aplaudieron y gritaron con alegría.
"¡Bravo, Máximo!" - gritaron todos al unísono.
"¡Sos un gran lector, amigo!" - le dijo Lucas, dándole un choclo con su puño.
Al final del día, mientras todos se despedían y salían de la clase, Máximo sentía que algo había cambiado en él. La maestra Lila había hecho que aprendiera a ver las letras como amigos, ya no como enemigos. Y con cada sonrisa que creaba, se dio cuenta de que también podía conectar sus palabras con otros.
"Gracias, señorita Lila, por hacer que la lectura sea divertida" - dijo finalmente antes de salir.
"Recuerda, Máximo, cada palabra que aprendas es un pequeño tesoro. ¡Nunca dejes de explorar!" - contestó la maestra mientras observaba a todos salir contentos por el pasillo.
Desde aquel día, la clase de lengua se convirtió en el espacio más esperado por todos, y lo que había comenzado como un día gris se transformó en un aula llena de colores, risas y, sobre todo, sueños e historias compartidas.
FIN.