El Color de los Sonidos
Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. La vida en el pueblo era tranquila, llena de risas y juegos, pero Tomás era diferente. Desde que nació, había sido ciego. Sin embargo, esto no le impidió explorar el mundo a su manera.
Cada mañana, Tomás se despertaba con el canto de los pájaros que entraba por la ventana de su casa. Para él, cada sonido era un color. El trino de un canario era como un amarillo brillante, mientras que el susurro del viento era un azul suave. Aunque no podía ver, su imaginación llenaba los vacíos, creando imágenes vibrantes en su mente.
Un día, mientras exploraba el jardín de su abuela, Tomás encontró una cañita de bambú. La tomó con sus manos y, tras probar varios ángulos, decidió convertirla en un instrumento musical. Al soplar, el sonido que salió fue como un rayo de luna derramándose en el aire.
- “¡Escuchá esto, abu! ” - exclamó, emocionado.
- “Es hermoso, Tomi. Tenés un don para la música” - respondió su abuela, que siempre apoyaba sus sueños.
Con el tiempo, su habilidad se hizo conocida en el pueblo. Todos los sábados, sus amigos llegaban a su casa para escuchar el dulce murmullo que escapaba de la cañita. Los chicos decían que la música de Tomás podía hacer que el sol brillara más fuerte. Se sentían felices mientras jugaban a interpretar cada melodía.
Un día, mientras ensayaban, un nuevo chico llegó al pueblo. Se llamaba Lucas y tenía una enorme sonrisa que iluminaba su rostro. Tomás lo escuchó acercarse y se presentó.
- “Hola, soy Tomás. ¿Te gusta la música? ”
- “¡Claro! Nunca he conocido a nadie que haga música con una caña. ¿Te gustaría que tocáramos juntos? ”
- “¡Sí! ”
Lucas trajo un simple tambor que había hecho con una lata y empezaron a tocar juntos, creando una melodía que resonó en el aire como un abrazo. La alegría de esa tarde fue inmensa, y formaron una gran amistad.
Sin embargo, un día Lucas no apareció. Tomás esperó, ansioso, preguntándose qué habría sucedido.
- “¿Dónde estará, abu? ” - preguntó, preocupado.
- “No te angusties, Tomi. Tal vez, solo está ocupado. Siempre vuelve.”
Los días pasaron, pero Lucas no volvió. Tomás decidió ir a buscarlo. Caminó con determinación, guiándose por los sonidos del pueblo, los murmullos de la gente, hasta que llegó a la casa de Lucas. Al tocar la puerta, una mujer mayor abrió, y su rostro se llenó de tristeza.
- “Soy Tomás, el amigo de Lucas. ¿Está en casa? ”
- “Lo siento, niño. Lucas se mudó hace dos semanas. Su familia se trasladó a otro pueblo.”
Tomás sintió que un frío lo envolvía. La tristeza se apoderó de él, pero no se dejó vencer. Regresó a su casa, con el corazón apesadumbrado, a recordar todos los momentos alegremente compartidos con su amigo.
Los sábados ya no eran lo mismo sin Lucas, pero Tomás decidió convertirse en un músico aún mejor. Practicaba día y noche, llenando su hogar con melodías. Se prometió que nunca olvidaría a su amigo.
Pasaron meses y un día, Tomás escuchó rumores en la plaza. Había un festival de música que celebraba la diversidad del pueblo. Con valentía, decidió inscribirse. Cuando llegó el día, la plaza se llenó de gente que aplaudía y reía.
Tomás subió al escenario con su cañita de bambú, sintiendo la energía del público a su alrededor. Cerró los ojos, respiró hondo y comenzó a tocar. Las notas bailaban en el aire y, para su sorpresa, se unieron otros músicos que también habían oído su música. Entre ellos, ¡Lucas!
- “¡Tomás! ” - gritó Lucas, mientras corría hacia el escenario.
- “¡No puedo creer que estés aquí! ” - exclamó Tomás, lleno de alegría.
- “No sabía que tocarías en el festival, me mudé de vuelta al pueblo.”
Ambos sonrieron como si ningún tiempo hubiera pasado, y juntos crearon una melodía que hizo vibrar los corazones de todos. En ese instante, Tomás entendió que, aunque la vida lo había retado, el amor por lo que hacía y la amistad siempre encontrarían la manera de unir a las personas.
El festival aclamó su actuación, pero para Tomás, el verdadero regalo era tener nuevamente a Lucas a su lado. Su música nunca había sido tan colorida como en ese momento, donde cada nota les recordaba que, aunque el mundo a su alrededor pudiera ser oscuro, el brillo de la amistad siempre iluminaría el camino.
FIN.