El Colores de la Emoción
En un rincón oculto del mundo, existía un pueblito llamado Grisville. Allí, todo era gris: las casas, los árboles, y hasta el cielo parecía haberse olvidado de los colores. En este pueblo vivían dos mellizos, Nía y Nino, que, a diferencia de su entorno, tenían un brillo especial en sus corazones.
Nía era dulce, amable y siempre dispuesta a ayudar a los demás, mientras que Nino era travieso y algo rebelde, a menudo encontrando formas de hacer travesuras que causaban inquietud en el pueblo.
Un día, Nía y Nino decidieron aventurarse a explorar el bosque que rodeaba Grisville. "Vamos, Nino, será divertido!" -exclamó Nía, con ojos brillantes. "¡Nah! Prefiero quedarme aquí y molestar a la gente!" -respondió Nino mientras sonreía pícaramente.
Pero Nía insistió, e incluso logró convencer a su hermano para que la acompañara. A medida que avanzaban por el bosque, una extraña luz comenzó a brillar entre los árboles.
"¿Qué será eso?" -preguntó Nía intrigada.
"No sé, pero debe ser algo divertido" -dijo Nino, apresurándose hacia la luz. Al acercarse, encontraron un misterioso arco iris que aparecía en el aire, como si el mundo los invitará a cruzarlo.
Sin pensarlo dos veces, los mellizos cruzaron el arco. ¿Qué maravilla les esperaba al otro lado? Al momento de llegar, se encontraron en un lugar donde los colores eran vibrantes y las emociones parecían danzar en el aire. La hierba era verde esmeralda, el cielo tenía un azul profundo, y las flores eran de todos los colores imaginables.
"¡Esto es increíble!" -exclamó Nía con alegría, mientras observaba todo a su alrededor.
"Mirá, Nía, esos árboles tienen caras y hablan" -dijo Nino, riéndose. Pero a medida que se adentraban más en este lugar mágico, empezaron a sentir cosas extrañas. Nía, rodeada de colores, empezó a vivir emociones intensas: alegría desbordante, asombro, pero a veces también tristeza. Su corazón latía con fuerza mientras experimentaba cada uno de esos sentimientos.
Por otro lado, Nino, quien siempre había sido el travieso, se sintió abrumado por la intensidad de lo que lo rodeaban. Los colores eran tan brillantes que su habitual picardía se desvaneció.
"Nía, no me gusta esto, me siento... raro" -dijo Nino con un tono serio, algo que sorprende a su hermana. "¿Raro? ¡Pero eso es maravilloso! Estás sintiendo", respondió ella.
Sin embargo, el bosque también tenía su lado oscuro. Un día, Nino decidió que quería hacer una travesura en el nuevo mundo. "Voy a asustar a los árboles" -dijo, y se deslizó detrás de uno para gritar. Pero al hacerlo, el árbol, visiblemente molesto, empezó a llorar.
"Nino, ¿qué has hecho?" -gritó Nía, angustiada. "Solo estaba jugando..." -respondió su hermano, observando cómo el árbol lloraba en tristeza.
Nía, llena de empuje y compasión, se acercó al árbol. "Lo siento mucho, no era nuestra intención herirte. ¿Cómo podemos ayudarte?" -preguntó. Así, junto a los árboles, comenzó a hacer magia, jugando a colorearlos con alegría hasta que su llanto se convirtió en risas.
Nino, viéndolo, sintió una punzada en su corazón. "Yo quiero hacer eso, Nía. Quiero ayudarles…" -dijo con una voz dulce, revelando un lado que nunca había demostrado antes.
Poco a poco, los roles comenzaron a cambiar en aquel mágico lugar. Nía, que antes era fuerte con sus sentimientos, aprendió a abrazar la serena paz que Nino había aprendido de a poco a cultivar.
Nino, al ver la alegría de ayudar, empezaba a desear ser un poco más amable y menos travieso.
Finalmente, se dieron cuenta de que los dos eran parte del mismo viaje emocional. "Nía, creo que ya entiendo. Hay belleza en sentir y también en compartirlo con otros" -dijo Nino, con ojos sinceros. "Y tú me has mostrado que ser amable puede ser más divertido que ser travieso" -agregó Nía, riendo.
Cuando finalmente decidieron regresar a Grisville, transformaron su mundo gris. Llenaron de colores y emociones a todos a su alrededor, contagiando alegría y amistad a cada rincón del pueblo. Nía y Nino aprendieron que ser diferente y tener emociones variadas era lo que los hacía únicos.
Fue así como de mellizos, se convirtieron en grandes aliados, uniendo sus fuerzas y sobre todo, dándose cuenta de que todos suelen tener algo valioso por aportar.
El pueblo nunca volvió a ser gris, y los dos aprendieron que la vida era un arco iris lleno de colores, donde cada emoción tenía su lugar, y cada carácter su valor en la aventura de compartir y ayudar.
FIN.