El Compás de Susana



En una pequeña escuela de Buenos Aires, Susana era conocida por su gran carácter empático. Siempre estaba dispuesta a escuchar a sus compañeros y ayudarles, aunque a menudo le costaba entender por qué otros actuaban de manera egoísta.

Un día, un nuevo estudiante llamado Julián llegó al colegio. Susana lo vio a lo lejos, sentado solo en el patio, sin que nadie se acercara a él. Intrigada, decidió acercarse.

"Hola, ¿te gustaría jugar con nosotras?" - le preguntó Susana, sonriendo.

"No, gracias. No soy bueno en los juegos" - respondió Julián, mirando hacia el suelo.

No obstante, Susana sintió que debía intentarlo de nuevo. Decidió invitarlo a participar en el próximo partido de fútbol.

"Vamos Julián, yo te enseñaré. No importa si no sabes, solo necesitamos que te diviertas" - insistió.

Con un poco de resistencia, Julián finalmente aceptó. Durante el juego, la actitud de Susana fue contagiosa. Ella animaba a todos, olvidándose del puntaje y enfocándose en la diversión.

Pero algo inesperado ocurrió: los otros niños comenzaron a mirar raro a Julián, como si no encajara. Al final del partido, lo ignoraron completamente, y Julián regresó a su lugar en el patio, sintiéndose solo nuevamente. Susana se dio cuenta de que, a pesar de sus esfuerzos, el egoísmo seguía presente en su entorno.

"¿Por qué no lo invitan a jugar? No entiendo..." - le dijo Susana a su amiga Clara.

Clara encogió los hombros "No sé, a algunos no les gusta tener a alguien nuevo en el grupo".

Susana decidió entonces hacer algo. En su cabeza comenzó a idear un plan. Al día siguiente, en la clase de actividades creativas, propuso un evento especial: "¡La Semana de la Amistad!" donde los niños debían invitar a un compañero que no conocieran bien a jugar, compartir sus cosas o simplemente hablar.

"Así podremos conocernos mejor y hacer nuevos amigos" - explicó Susana con entusiasmo.

La idea fue recibida con algo de hesitación, pero finalmente, por la perseverancia de Susana, la mayoría aceptó participar.

La semana transcurrió en un ambiente de descubrimiento y alegría. Muchos niños compartieron sus juguetes y, sorprendentemente, Julián fue el favorito de varios. Las barreras se fueron rompiendo, y los compañeros comenzaron a darse cuenta de que cada uno tenía algo que aportar.

"Nunca pensé que Julián pudiera ser tan divertido" - comentó otro compañero, sorprendido.

"Sí, tiene un montón de juegos geniales que no conocíamos" - añadió Clara, iluminando el rostro de Julián.

El cambio fue espectacular. Con cada juego, cada risa compartida, Julián se fue convirtiendo en parte del grupo, y lo que antes era ignorado ahora brillaba. Al final de la semana, Susana vio cómo sus compañeros comenzaron a valorar la diversidad y la bondad de los demás.

El último día, todos decidieron hacer una fiesta en el patio para celebrar. Julián fue el encargado de elegir los juegos, y se sintió feliz de ser incluido.

"Gracias por invitarme, Susana. Nunca había tenido tantas ganas de jugar con todos" - comentó Julián, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

"¡Eso es lo que quería! Todos tenemos algo especial que ofrecer" - respondió ella con alegría.

Y así, gracias a la iniciativa de Susana y la decisión de todos de abrirse a nuevas amistades, el egoísmo que a veces rodeaba a la escuela se transformó en aceptación y cariño. Julián y Susana se convirtieron en grandes amigos, y juntos enseñaron a los demás sobre el poder de la empatía.

Desde ese día, los estudiantes aprendieron que la amistad y la comprensión son más fuertes que el egoísmo y que cada uno vale su peso en oro, sin importar las diferencias. Y aunque Susana nunca dejó de ser empática, ahora comprendía que su energía podía cambiar el entorno, uno a uno, corazón por corazón.

FIN.

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