El conejito de Pedrito



Pedrito era un niño curioso y amante de la naturaleza. Siempre le gustaba salir al bosque a explorar y descubrir nuevas plantas y animales.

Un día, mientras buscaba frutas para llevar a su hogar, vio algo moviéndose entre los arbustos. Se acercó con cuidado y descubrió a un conejito lastimado que no podía caminar. - ¡Oh, pobrecito conejito! -exclamó Pedrito con tristeza.

Con mucho cuidado, lo tomó en sus brazos y decidió llevarlo a su casita para poder cuidarlo. El conejito se veía asustado pero confiado en Pedrito. Al llegar a casa, Pedrito preparó un lugar cómodo para el conejito con una caja llena de paja donde pudiera descansar.

Le dio agua fresca y un poco de zanahorias para comer. - Tranquilo amigo, te voy a cuidar hasta que estés mejor -dijo Pedrito acariciando al conejito con ternura. Los días pasaban y Pedrito dedicaba todo su tiempo libre a cuidar del conejito herido.

Le limpiaba la herida con agua tibia y le hablaba suavemente para calmarlo. Poco a poco, el conejito comenzó a recuperarse gracias al amor y los cuidados de Pedrito.

Una mañana, cuando Pedrito fue a ver al conejito, se llevó una gran sorpresa. El pequeño animal ya podía caminar nuevamente y saltaba de alegría dentro de la caja. - ¡Increíble! ¡Estás sanando muy rápido! -exclamó Pedrito emocionado. El conejito miró a Pedrito con gratitud en sus ojos brillantes.

Era evidente que había creado un vínculo especial con el niño que lo salvó. Con el paso de los días, el conejito recuperó por completo su movilidad gracias al amor incondicional de Pedrito.

Juntos compartieron momentos felices jugando en el jardín y explorando el bosque. Un día, mientras observaban juntos la puesta de sol desde una colina cercana, el conejito se acercó a Pedrito y le dio un tierno beso en la mejilla antes de correr hacia el bosque.

Pedrito sonrió emocionado al darse cuenta de que era hora de dejar ir al amigo que había llegado inesperadamente a su vida pero que ahora estaba listo para regresar al mundo salvaje donde pertenecía.

Desde entonces, cada vez que iba al bosque, Pedrito recordaba con cariño la valiosa lección que aprendió: siempre hay espacio en nuestro corazón para ayudar y amar a aquellos seres indefensos que necesitan nuestra ayuda.

FIN.

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