El conejo blanco en libertad


Anapaula y Mía eran dos niñas curiosas y aventureras que amaban explorar el bosque cercano a sus casas. Un día, mientras caminaban por el sendero, vieron un conejo blanco saltando entre los árboles.

- ¡Mira, Mía! -exclamó Anapaula señalando al pequeño animalito-. Es un conejito blanco. - ¡Qué lindo es! -dijo Mía emocionada-. Vamos a ver si podemos acercarnos a él. Las dos niñas se acercaron sigilosamente al conejo, pero éste salió corriendo asustado.

Las niñas lo persiguieron hasta llegar a una clara en el bosque donde finalmente lograron atraparlo. - Hola pequeño -dijo Anapaula acariciando su cabeza-.

¿Cómo te llamas? El conejo miró fijamente a las niñas con sus grandes ojos marrones y movió su nariz de manera juguetona. - Creo que le gustamos -dijo Mía sonriendo-. ¿Podemos quedárnoslo? Anapaula pensó por un momento antes de responder:- Necesitamos asegurarnos de que esté bien cuidado. Tal vez tenga dueños que lo estén buscando.

Las dos niñas decidieron llevar al conejito al veterinario para verificar si tenía algún microchip o alguna identificación. El veterinario confirmó que no tenía dueño y les dio algunos consejos sobre cómo cuidarlo adecuadamente.

Anapaula y Mía se sintieron muy felices de tener un nuevo amigo animal en sus vidas. Le construyeron una pequeña jaula en el jardín de la casa de Anapaula y lo alimentaron con zanahorias y lechuga fresca.

Sin embargo, un día mientras estaban jugando en el bosque, el conejo desapareció. Las niñas buscaron por todas partes pero no pudieron encontrarlo. Desanimadas, regresaron a sus casas pensando que habían perdido a su amigo para siempre.

Pero esa noche, cuando Anapaula estaba acostada en su cama, escuchó un ruido afuera de su ventana. Al asomarse vio al conejo blanco saltando felizmente en el jardín. - ¡Mira Mía! -gritó emocionada-.

¡Nuestro amigo ha vuelto! Las dos niñas corrieron afuera para abrazar al conejito y descubrieron que éste había escapado porque se sentía solitario y quería explorar el mundo fuera de su pequeña jaula.

A partir de ese día, las niñas decidieron dejar al conejito libre para que pudiera correr y jugar en el bosque siempre que quisiera, pero también asegurándose de cuidarlo bien cuando volvía a casa.

Anapaula y Mía aprendieron una valiosa lección sobre la importancia del cuidado responsable de los animales y sobre cómo es importante permitirles ser libres para explorar y disfrutar del mundo. Y así fue como se convirtieron en las mejores amigas del conejo blanco del bosque.

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