El conejo de Carmen



Carmen era una niña de siete años que vivía en una casa pequeña con un jardín lleno de flores. Su mejor amigo era un conejo blanco y pequeño llamado Cony. Cony era muy juguetón y le encantaba comer lechuga fresca y zanahorias crujientes. Carmen cuidaba de él con mucho cariño y siempre lo llevaba a pasear por el jardín.

Un día, mientras Carmen estaba en su habitación jugando, vio por la ventana un día brillante y fresco.

"¡Qué lindo día! Quiero salir a jugar con vos, Cony!", exclamó.

Cony, al escuchar la voz de Carmen, comenzó a dar saltitos alrededor de su jaula.

"¡Vamos a divertirnos, Cony!"

Carmen salió al jardín y llenó una canasta con lechuga y zanahorias. Luego, decidió que sería un buen momento para llevar a Cony al campo cercano, donde había más espacio para correr y jugar.

"Cony, hoy vamos a una aventura. ¡Al campo!", dijo Carmen emocionada.

Emprendieron el camino, Carmen con la canasta en la mano y Cony saltando alegremente detrás de ella. Al llegar al campo, se encontraron con un vasto paisaje de flores y hierba verde. Cony brincó de alegría y se perdió un poco entre las flores.

"¡Cony, ven para acá!", lo llamó Carmen, mientras lo seguía con la vista.

De repente, Cony vio algo moverse entre los arbustos y, curioso, se fue detrás. Carmen se preocupó.

"¡Cony! No te vayas lejos!", gritó.

Pero Cony, emocionado, siguió al pequeño animal que había descubierto. Carmen se asustó y comenzó a correr detrás de él.

Mientras corría, se dio cuenta de que Cony se estaba adentrando en un lugar desconocido. La niña saltó una pequeña corriente y atravesó un sendero lleno de flores coloridas.

"¡Espera, Cony!", pidió con voz entrecortada.

Finalmente, llegó a un claro donde vio a Cony jugando con un grupo de conejitos. Todos parecían divertirse mucho, pero Cony se dio cuenta de que Carmen lo había estado buscando.

"¡Carmen!" - exclamó Cony emocionado, dando saltitos hacia ella.

"¡Te estaba buscando!", dijo Carmen, aliviada de encontrarlo.

"Mirá, tengo amigos aquí!" - dijo Cony mientras señalaba a los conejitos.

"Está bien que juegues, pero debemos volver a casa antes de que oscurezca", sugirió Carmen.

Los otros conejitos invitaron a Cony a que se quedara un rato más, pero él sabía que Carmen lo había llevado allí para disfrutar juntos. Cony volvió junto a ella y decidió que estaba bien jugar un poco más, pero no podía olvidarse de su amiga.

Los dos comenzaron a jugar en el campo. Carmen se reía mientras arrojaba lechuga y zanahorias, y Cony corría tras ellas como si fueran mariposas. De golpe, un fuerte viento sopló y comenzó a llevarse las hojas de lechuga por el aire.

"¡Oh no! ¡Mis verduras!", gritó Carmen mientras intentaba atraparlas, pero el viento era más fuerte.

Cony, al darse cuenta de que su amiga estaba preocupada, se transformó en un superhéroe. Saltó alto, atrajo a las hojas de lechuga hacia él y empezó a juntarlas con sus pequeñas patas.

"¡Mirá, Carmen! ¡Puedo ayudarte!", decía mientras trataba de recuperar la comida.

Juntos, lograron juntar todas las verduras y Carmen no podía dejar de reír por la valentía de Cony. Cuando el viento amainó, decidieron que era hora de regresar a casa.

"Gracias, Cony. Siempre estás ahí para ayudarme", dijo Carmen acariciando a su amigo.

Mientras volvían, Carmen reflexionó sobre su aventura. Había aprendido que, aunque las cosas a veces pueden irse de control, siempre podía contar con sus amigos, y que cada día traía nuevas lecciones y momentos felices.

Ya en casa, Carmen preparó un lindo plato para Cony, lleno de lechuga y zanahorias frescas. Se sentaron juntos en el jardín, viendo como el sol se escondía en el horizonte.

"Hoy fue un día increíble. Tenemos que hacer esto más seguido", propuso Carmen.

"¡Sí! ¡Y tal vez invitemos a mis nuevos amigos también!", dijo Cony con entusiasmo.

Y así, entre risas, amigos y hermosas aventuras al aire libre, Carmen y Cony aprendieron el valor de la amistad y la importancia de disfrutar de cada momento.

FIN.

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