El Conejo, la Liebre y el Gran Oso
Había una vez en un frondoso bosque un conejo llamado Rocco y su mejor amigo, una liebre llamada Lila. Rocco era muy curioso y siempre estaba dispuesto a conocer nuevos lugares, mientras que Lila era más cautelosa, pero siempre se unía a las aventuras de su amigo. Un día, decidieron salir a buscar algo rico para comer.
"Vamos, Lila, tengo mucha hambre y he oído que hay unos frutos deliciosos cerca del arroyo" - dijo Rocco emocionado.
"Está bien, pero tenemos que tener cuidado. Dicen que hay un oso que no deja que nadie coma de su bosque" - respondió Lila con cautela.
Sin embargo, el hambre era más fuerte que el miedo y los dos amigos se dirigieron al arroyo. Al llegar, se dieron cuenta de que el rumor era cierto: un gran oso, con un pelaje marrón y unos ojos que miraban con autoridad, estaba sentado junto a una abundante cosecha de frutas.
"¡Atrás, pequeños! ¡Esta comida es solo para mí!" - rugió el oso, haciendo eco en todo el lugar.
Rocco y Lila se miraron, preocupados por la situación.
"No podemos dejar que esto siga así. ¡No es justo!" - dijo Rocco con determinación.
Así que los dos decidieron tramar un plan.
"¡Ya sé! - propuso Lila. - Si nos disfrazamos, tal vez el oso no nos reconozca. ¿Qué te parece si encontramos hojas y ramas para hacernos pasar por un oso también?"
"Es una gran idea, Lila! ¡Vamos a hacerlo!" - respondió Rocco, entusiasmado.
Reunieron varias hojas grandes, ramas y hasta algunos trozos de barro para hacer su disfraz. Con gran esfuerzo, lograron cubrirse de tal manera que parecían enormes criaturas peludas.
Al acercarse nuevamente al arroyo, ambos temblaban de emoción y un poco de miedo. Esta vez Rocco se adelantó:
"¡Grrr! ¡Soy un oso feroz!" - exclamó tratando de imitar al gran oso.
"¡Sí! ¡Y también nosotros! ¡No te atrevas a callarnos!" - añadió Lila, poniéndose al lado de Rocco.
El gran oso los miró con desconfianza.
"¿Quiénes son ustedes?" - preguntó con un tono amenazante.
"¡O somos grosos!" - contestó Rocco, tratando de mantener la farsa.
"El bosque es nuestro también, así que mejor nos dejas pasar o... ¡te enfrentamos!" - continuó Lila, con el corazón latiendo rápido.
El oso, desconcertado, se puso de pie y comenzó a dudar.
"No quiero problemas... pero, ¿qué les hace pensar que pueden estar aquí?" - inquirió el oso.
"Porque este bosque no es solo tuyo, ¡es nuestro hogar!" - contestó Rocco valentísimo.
En esa batalla de palabras, el oso se dio cuenta de que había estado actuando de manera egoísta.
"Tal vez he sido un poco duro..." - admitió el oso, bajando la voz.
"¿Por qué no mejor compartimos los frutos?" - sugirió Lila, sin perder la oportunidad.
El oso se quedó pensativo. Había aprendido que no estaba bien tener todo para sí mismo y que compartir podía ser más divertido.
"Está bien... puede que me haya dejado llevar por la gula. A partir de hoy, vamos a compartir!" - dijo el oso, sonriendo tímidamente.
Rocco y Lila, sorprendidos, no podían creer que su plan funcionara tan bien.
Desde ese día, el bosque fue un lugar de amistad y cooperación. El oso, el conejo y la liebre se volvieron inseparables. Cada día después, Rocco y Lila iban a ayudar al oso a cuidar los frutos y, a su vez, disfrutaban juntos de deliciosos banquetes bajo la sombra de los árboles.
Y más importante, aprendieron que la venganza no era la solución, sino que la amistad y la comunicación podían convertir enemigos en amigos.
Y así, el bosque volvió a ser un lugar alegre y lleno de risas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.