El Conejo y la Zanahoria Mágica



Había una vez en un pequeño barrio un niño llamado Tomás que no le gustaban las verduras, especialmente las zanahorias. Cada vez que su mamá las hacía para la cena, Tomás ponía una mueca y decía:

"¡No quiero zanahorias!"

Su mamá, con mucha paciencia, le explicaba sobre lo buenas que son las verduras para crecer fuerte y sano. Pero Tomás solo fruncía el ceño.

Una tarde, mientras jugaba en su jardín, Tomás vio un conejito blanco saltando entre las flores. El conejo parecía alegre y juguetón. Tomás se acercó y le preguntó:

"¿Por qué estás tan feliz, conejito?"

El conejo levantó sus orejas y dijo:

"Porque tengo una dieta llenita de zanahorias deliciosas. Son mi comida favorita y me hacen saltar más alto y correr más rápido."

Tomás se rió, pensando que era un poco raro.

"¿De verdad? A mí no me gustan las zanahorias".

El conejo sonrió y dijo:

"¿Y si te muestro lo mágicas que pueden ser?"

Intrigado, Tomás siguió al conejito hasta un lugar lleno de zanahorias gigantes, de todos los colores. Había zanahorias moradas, naranjas y hasta algunas con dibujos en la cáscara.

"¡Guau! ¿Dónde estamos?"

"Es mi jardín secreto. Aquí las zanahorias son especiales, tienen poderes mágicos. ¡Prueba una!"

Tomás dudó, pero el conejito lo animó. Decidido, agarró una zanahoria naranja y le dio un mordisco. ¡Era tan dulce que se quedó sorprendido!"¡Esto está riquísimo!" exclamó, mientras los ojos del conejo brillaban de alegría.

Pasaron la tarde probando zanahorias de diferentes colores y formas. Cada mordisco era una nueva aventura de sabores.

"¿Ves? No todas las zanahorias son iguales. Estas son mágicas porque crecen con amor y alegría" dijo el conejo.

Tomás sonrió y sintió que su cuerpo se energizaba.

Pero al caer la noche, Tomás sabía que tenía que volver a casa.

"Gracias, conejito. Nunca pensé que me gustarían tanto las zanahorias."

El conejo le dio un guiño.

"Recuerda, siempre que quieras, puedes volver a mi jardín. ¡Las zanahorias siempre estarán esperando por ti!"

Al llegar a casa, Tomás estaba entusiasmado.

"¡Mamá! Probé zanahorias mágicas y son deliciosas. ¡Las quiero para la cena!"

Su mamá abrió los ojos, sorprendida.

"¿Pero cómo puede ser?"

"El conejito me llevó a un jardín lleno de zanahorias especiales. ¡Prometo que me las comeré todas!"

Esa noche, Tomás comió zanahorias con gusto, riéndose mientras contaba la historia del conejito a su mamá. Pronto, las zanahorias se convirtieron en su opción favorita.

Al día siguiente, no pudo resistir la tentación de volver al jardín del conejo. Pero al llegar, solo encontró una nota en el suelo que decía:

"Sigue creciendo, amigo Tomás. ¡Las zanahorias siempre te harán fuerte y feliz!"

Tomás sintió un pequeño nudo en el estómago al darse cuenta de que su amigo conejo había desaparecido.

"Tal vez volverá alguna vez", pensó. Pero dejó caer lágrimas de tristeza.

Mientras caminaba de regreso a casa, decidió plantar su propio pequeño jardín de zanahorias en el patio.

"Las zanahorias mágicas estarán aquí, siempre, para recordarme a mi amigo", se dijo a sí mismo.

Poco a poco, Tomás se convirtió en el mejor jardinero del barrio. Cada día regaba su jardín y cuidaba sus zanahorias con amor. Un día, al despertar, vio las primeras zanahorias asomándose entre la tierra.

"¡Mirá, mamá! ¡Las zanahorias están creciendo!"

Su mamá lo abrazó y dijo:

"Lo lograrás, Tomás. Eres un gran jardinero. Estoy muy orgullosa de ti."

Y así, cada vez que comía zanahorias, recordaba a su amigo conejo y cómo un día mágico lo ayudó a descubrir la riqueza de las verduras. Con cada bocado, su fuerza y alegría crecían, y entendió que a veces, las mejores aventuras vienen en las formas más inesperadas.

FIN.

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