El Coraje de los Jiménez



En un pequeño pueblo de México, en el año 1910, vivía la familia Jiménez. Don Pedro y Doña Rosa, junto a sus dos hijos, Lucía y Mateo, eran campesinos que labraban la tierra con esfuerzo. Cada mañana, la familia se levantaba antes de que saliera el sol para sembrar maíz y frijoles.

"Mamá, ¿por qué tenemos que trabajar tanto?" - preguntó Mateo un día, mientras caminaba por el campo.

"Es lo que hacemos para vivir, querido. Pero, a veces pienso que no es justo que otros tengan tanto y nosotros tan poco" - respondió Doña Rosa.

La abuela de los Jiménez, una mujer sabia y fuerte, siempre decía que la unidad era el poder de la gente.

Un día, mientras la familia almorzaba, un grupo de hombres del pueblo se acercó.

"Don Pedro, necesitamos tu ayuda. Están quitando nuestras tierras y solo los más ricos pueden quedarse" - dijo uno de ellos, con voz preocupada.

Don Pedro miró a su familia y sostuvo su mano.

"Es nuestro deber unirnos y luchar por lo que es justo. Esto no puede seguir así" - respondió con determinación.

A la mañana siguiente, la familia decidió asistir a una reunión en la plaza del pueblo. Allí, los campesinos compartían sus historias de angustia y despojo.

"¡Nos están robando nuestras tierras! ¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!" - gritó un joven con el puño en alto.

Lucía, siempre curiosa, miró a su padre.

"¿Papá, qué vamos a hacer?"

"Debemos organizar a los demás. Juntos tenemos más fuerza" - dijo Don Pedro, mirando a su familia con orgullo.

Así fue como comenzaron a hacer volantes para informar a otros campesinos sobre la reunión.

Un día, mientras Mateo estaba en su casa, escuchó ruidos extraños. Miró por la ventana y vio a un grupo de hombres armados - eran los que querían quitarles la tierra. Corrió a avisar a su familia.

"¡Mamá, papá! ¡Vienen por nosotros!" - gritó el pequeño asustado.

"No te preocupes, hijo. Vamos a estar juntos. ¡Es hora de proteger lo que es nuestro!" - respondió Don Pedro con voz firme.

Todos salieron de la casa y se unieron a sus vecinos en la plaza.

"¡No permitiremos que nos arranquen nuestras tierras!" - gritó Don Pedro, levantando su voz entre la multitud.

Los campesinos se unieron en una sola voz, y la tensión en el ambiente se volvió palpable. Lucía miró a su papá con admiración.

"¡Papá, estamos todos juntos!" - exclamó.

Sin embargo, los hombres armados no se irían tan fácilmente. Uno de ellos dio un paso adelante, intimidante.

"No tienen idea de lo que se están metiendo, ¡esto es peligroso!" - gritó, haciendo resonar su voz autoritaria.

Pero Don Pedro no se dejó amedrentar.

"¿Qué es más peligroso? ¿Dejar que nos roben nuestra dignidad o luchar por un futuro mejor para nuestros hijos?"

Las palabras de Don Pedro resonaron en el grupo. Pronto, los campesinos comenzaron a gritar juntos, llenos de fuerza y determinación.

Día tras día, la lucha se intensificó. Las familias se unieron, compartiendo recursos y aprendiendo sobre sus derechos. Lucía y Mateo ayudaron a sus padres a organizar reuniones, llevando esperanza a cada rincón del pueblo.

Pasaron semanas, y mientras se preparaban para una gran manifestación, se enteraron de que un famoso líder revolucionario vendría al pueblo para hablar.

"¡Es nuestra oportunidad de unir a más gente!" - dijo Lucía, iluminando el rostro de su madre.

"¡Así es, hija! No solo luchamos por nosotros, sino por todos los que necesitan nuestra voz" - agregó Doña Rosa.

El día de la manifestación llegó. La plaza estaba llena de rostros decididos, esperando escuchar al líder revolucionario. Cuando llegó, la multitud lo recibió con vítores y aplausos.

"¡La revolución es de todos y cada uno de ustedes! ¡Juntos podemos cambiar el curso de nuestra historia!" - proclamó el líder.

La familia Jiménez sintió una ola de alegría y esperanza. Ese día, se sintieron parte de algo más grande, algo que cambiaría sus vidas.

Con el paso del tiempo, muchos campesinos se unieron a la lucha, y la revolución fue un punto de inflexión. Al año siguiente, la familia Jiménez vio cómo su pueblo se transformaba, cada uno empoderado por la valentía y la unidad que habían cultivado.

"Lo logramos, ¡papi!" - gritó Mateo, abrazando con fuerza a su padre.

"Así es, hijo. Nunca debemos dejar de luchar por lo que es justo" - dijo Don Pedro, con la mirada fija en el horizonte.

Y así, en el corazón del México de 1910, los Jiménez aprendieron que el verdadero poder reside en la valentía de unirse y luchar por un futuro mejor, comenzando siempre desde casa.

FIN.

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