El Coraje de Lucho
Había una vez un niño llamado Lucho que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Desde que tenía memoria, su pasión era el fútbol. Cada tarde, después de hacer la tarea, se escapaba a la canchita del barrio con su balón de cuero. Pero había algo que le preocupaba: le tenía miedo a sus rivales.
Los chicos de otros barrios eran más grandes, algunos jugaban en equipos organizados y Lucho a veces sentía que no podía competir contra ellos. Sin embargo, su amor por el fútbol siempre lo motivaba a salir a jugar. Un día, mientras practicaba en la canchita, su amigo Matías se le acercó.
"Lucho, ¿por qué no vienes a jugar con nosotros el sábado? Vamos a jugar contra los chicos del barrio de la plaza."
"No sé, Matías... ellos son muy buenos y yo no quiero que se rían de mí si hago mal un pase."
Matías miró a Lucho con simpatía y le dijo:
"Solo se aprende jugando, amigo. Si no pruebas, nunca sabrás lo que puedes lograr. Además, siempre será más divertido jugar en equipo."
Lucho dudó, pero decidió que no podía dejar que el miedo lo detuviera. Aceptó la invitación.
El sábado llegó y el día del partido comenzó a acercarse. Lucho estaba muy nervioso. Mientras se preparaban, vio a sus rivales llegar. Eran más altos, fuertes y tenían una gran confianza en sí mismos. Lucho sintió que su corazón latía con fuerza.
"¡Vamos, Lucho! Tú puedes!" le animó Matías, notando la preocupación en su amigo.
Durante los primeros minutos del partido, Lucho se sintió pequeño en el campo. Los chicos del otro barrio pasaban el balón con destreza y competían de forma muy agresiva. Lucho se quedó atrás y no se atrevió a tocar el balón. Sin embargo, tras un rato, Matías le gritó desde el campo:
"¡Lucho, ven! Necesitamos tu ayuda en la defensa!"
Lucho dio un paso adelante. Era momento de enfrentar su miedo. Corrió hacia Matías y se posicionó para ayudar en la defensa. Por primera vez, sintió que estaba siendo parte del equipo. La adrenalina llenó su cuerpo y dejó atrás sus temores.
A medida que el partido avanzaba, Lucho comenzó a tocar el balón, a pasar, a interceptar los jugadas de los rivales y, de hecho, hizo una jugada increíble que llevó al equipo hacia la portería.
"¡Eso es, Lucho! ¡Qué golazo!" gritó Matías. La confianza de Lucho crecía con cada acción.
Sin embargo, en un momento, uno de los rivales se acercó y con una jugada impresionante, robó el balón. Lucho se sintió otra vez pequeño, pero al mirar a su equipo y ver que Matías seguía confiando en él, decidió que no podía rendirse.
Entonces, corrió tras el rival con todas sus fuerzas. En un movimiento rápido, logró recuperar el balón y en una jugada inesperada, hizo un pase en largo que dejó a su compañero de equipo con una oportunidad de gol. Lucho gritó con alegría:
"¡Vamos! ¡Tú puedes!"
El compañero de Lucho pateó el balón y, ¡gol! La cancha estalló en un grito de alegría.
Al final del partido, aunque no ganaron, Lucho fue aclamado como el héroe del partido por su coraje y valentía. Se dio cuenta de que el miedo no tenía que dominarlo. Aprendió que lo más importante era disfrutar del juego y no dejar que los rivales lo desanimaran.
Esa noche, Lucho llegó a casa con una sonrisa en el rostro. El fútbol no era solo un juego para él, era una manera de aprender sobre sí mismo y sobre cómo enfrentar sus temores.
"¿Y cómo te fue, hijo?" le preguntó su mamá.
"Fue increíble, mamá. Jugué con todos mis amigos y aunque no ganamos, me divertí un montón. ¡Prometo seguir practicando y cada vez jugar mejor!"
Desde entonces, Lucho ya no sintió miedo de sus rivales. La pasión por el fútbol le enseñó que lo importante no era ganar, sino disfrutar y aprender con cada partido. Y cada vez que se sentía nervioso, recordaba el sábado en el que ganó su mayor victoria: la del coraje.
Y con el tiempo, se convirtió en uno de los mejores jugadores del barrio, siempre con una sonrisa y una lección en el corazón.
FIN.