El Coraje de Miguel
En un colorido barrio de Buenos Aires, vivía un chico llamado Miguel. Era un niño risueño, siempre dispuesto a ayudar a los demás y a disfrutar de sus grandes aventuras. Sin embargo, había una cosa que hacía que su corazón latiera más rápido: Nicole. Ella era una chica un poco más grande que Miguel, con una personalidad fuerte y decidida. Si bien a muchos les asustaba su carácter, Miguel comprendía que detrás de esa fachada había una persona con un corazón lleno de amor.
Cada día, Miguel se sentaba en el parque a mirar cómo Nicole jugaba al fútbol con sus amigos, moviéndose con gracia y mostrando una intensidad única. A veces, él se animaba a acercarse y, con un hilo de voz, le decía:
"Hola, Nicole. ¿Puedo jugar también?"
Ella lo miraba de reojo, con una ceja levantada, y respondía:
"¿A vos te gusta el fútbol, Miguel?"
"Me encanta, pero nunca he jugado mucho."
"Entonces, ¡mejor quédate mirando!"
Y así, Miguel se quedaba unos pasos atrás, admirando su talento y esperando el momento adecuado para hablarle nuevamente.
Al día siguiente, Miguel decidió que quería impresionar a Nicole. Cruzó la calle hacia la cancha de fútbol y se inscribió en un torneo que se llevaría a cabo el fin de semana. Con mucho esfuerzo, practicó día y noche.
La mañana del torneo llegó. Miguel tenía nervios en el estómago, pero también una gran determinación. En cuanto llegó al lugar del torneo, vio a Nicole muy concentrada, charlando con otros chicos.
"¡Miguel, ¿te anotaste en el torneo?"- preguntó Nicole, sorprendiéndose.
"Sí, y voy a hacer lo mejor que pueda!"
Nicole lo miró con respeto. Aunque no lo demostraba, le alegraba saber que él había dado ese paso.
El partido comenzó. Miguel intentó recordar todo lo que había practicado y, aunque algunos errores le hicieron sentir un poco avergonzado, nunca dejó de intentar. En un momento crítico del partido, la pelota llegó hasta él y, con un disparo lleno de valentía, la mandó directo al arco.
"¡Gol!"
Todo el mundo gritó de alegría, pero fue Nicole quien más lo aplaudió. Miguel no podía creerlo, había hecho el gol y había logrado cautivar la atención de la chica que tanto le gustaba.
Al final del torneo, Miguel y su equipo salieron en segundo lugar, pero lo que realmente importaba para él era haber tenido el coraje de enfrentar sus miedos. Al encontrarse con Nicole, ella tuvo una gran sonrisa en su rostro.
"¡Bien jugado, Miguel! A veces, lo que parece difícil también puede ser muy divertido."
Miguel, lleno de satisfacción, le respondió:
"Gracias, Nicole. En realidad, lo hice porque quería mostrarte que también puedo jugar. ¿Te gustaría que practiquemos juntos?"
Nicole, sorprendida esta vez, asintió con la cabeza.
"Vale, pero prepárate, porque soy muy intensa."
"Acepto el reto", dijo Miguel, riendo.
A partir de ese día, Miguel y Nicole empezaron a jugar juntos. A medida que pasaba el tiempo, Miguel logró que Nicole viera su lado amable y un poco más vulnerable. Ella comenzó a abrirse, mostrando así que detrás de su carácter fuerte, había una persona que también necesitaba amistad y apoyo.
La amistad de esos dos niños se fortaleció con cada risa compartida, cada partido jugado juntos y cada palabra de ánimo que se intercambiaban. Miguel aprendió que el amor no solo se expresa de una forma, sino que es una construcción diaria de respeto y compañerismo. Y aunque Nicole pudiera ser un poco brava, él había descubierto que eso era solo parte de su encanto.
Al final, ambos se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, podían complementarse y aprender unos de otros todos los días. Y así, Miguel comprendió que el verdadero valor no estaba solo en hacer goles, sino en afrontarse a sí mismo y superar los retos de la amistad.
FIN.