El corazón arcoíris de Pedro



Había una vez un niño llamado Pedro, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos paisajes. Un día, mientras paseaba por el campo, vio un arcoiris brillante y colorido en el cielo.

Pedro quedó maravillado por la belleza de aquel arcoiris y decidió acercarse para tocarlo. Caminó y caminó, pero no importaba cuánto se esforzara, el arcoiris siempre parecía estar fuera de su alcance. - ¡Arcoiris! -exclamó Pedro con entusiasmo-.

¡Quiero tocarte! Eres tan hermoso y me encantan tus colores. El arcoiris sonrió amablemente y le dijo:- Querido Pedro, lamento decepcionarte, pero no puedes tocarme.

Soy solo una ilusión óptica formada por la refracción de la luz solar a través de las gotas de agua suspendidas en el aire. Pedro se sintió triste al escuchar esas palabras. No entendía cómo algo tan bonito podía ser solo una ilusión. - Pero... ¿por qué no puedo tocarte? -preguntó Pedro con curiosidad-.

Me gustaría sentir tus colores en mis manos. El arcoiris le explicó pacientemente:- Soy como un sueño mágico en el cielo. Aunque no puedas tocarme físicamente, puedes disfrutar mi belleza desde lejos.

Además, estoy aquí para recordarte lo maravilloso que es nuestro mundo lleno de colores vibrantes y diversidad. Pedro reflexionó sobre las palabras del arcoiris y comenzó a mirar más detenidamente a su alrededor.

Se dio cuenta de que había colores en todas partes: en las flores del campo, en los pájaros que volaban y hasta en la sonrisa de sus amigos. - Tienes razón, arcoiris -dijo Pedro con una sonrisa-. Nuestro mundo es un lugar increíble lleno de colores hermosos.

Aunque no pueda tocarte, siempre podré disfrutar de tu belleza desde lejos. A partir de ese día, Pedro aprendió a apreciar cada color y a valorar la diversidad que existe en el mundo.

Comenzó a pintar cuadros inspirados en el arcoiris y compartió su amor por los colores con todos sus amigos. Un día, mientras paseaba por el pueblo con uno de sus cuadros bajo el brazo, se encontró nuevamente con el arcoiris. - ¡Hola, arcoiris! -saludó Pedro emocionado-.

Quería mostrarte mi arte inspirado en ti. Aunque no puedo tocarte, quiero compartir contigo mi admiración por tus colores. El arcoiris miró el cuadro y se llenó de alegría al ver cómo Pedro había capturado la esencia de su belleza en una obra artística.

- ¡Es maravilloso! -exclamó el arcoiris-. Gracias por compartir tu talento y tu amor por los colores conmigo. Eres un niño especial, Pedro.

Desde aquel día, Pedro siguió pintando cuadros coloridos e inspiradores que transmitían alegría y esperanza a todos quienes los veían. Y aunque nunca pudo tocar físicamente al arcoiris, siempre llevó consigo la magia y la belleza de los colores en su corazón.

Y así, Pedro descubrió que aunque algunas cosas no puedan tocarse, siempre pueden ser apreciadas y disfrutadas desde lejos. Aprendió a valorar la belleza en cada rincón del mundo y a compartir su amor por los colores con todos aquellos que lo rodeaban.

FIN.

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