El Corazón Creciente del Grinch



En un pequeño y frío pueblo llamado Villa Alegría, vivía un extraño ser llamado Grinch. Su hogar era una cueva oscura en la ladera de una montaña. El Grinch se sentía siempre solo y triste, especialmente en diciembre cuando todos celebraban la Navidad. No le gustaba ver a la gente reír y compartir, porque a él le parecían felices solo porque tenían a otros cerca, mientras que él no.

Cada vez que escuchaba villancicos o veía luces en las casas, su pequeño corazón se encogía un poco más. A veces se decía a sí mismo que la Navidad era simplemente una invención para gastar dinero, y que él prefería estar solo.

Un día, mientras paseaba por el bosque buscando un poco de paz, escuchó risas y voces alegres. Intrigado, se acercó a un pequeño claro y vio a una familia decorando un hermoso árbol de Navidad.

"¿Qué están haciendo?" - preguntó el Grinch con curiosidad, aunque su tono sonaba algo grosero.

La familia se sorprendió de verlo, ya que rara vez alguien se atrevía a acercarse a él. Pero el padre, un hombre amable llamado Pablo, respondió:

"Estamos decorando nuestro árbol de Navidad. Queremos hacer una fiesta y festejar juntos. ¿Te gustaría unirte a nosotros?"

El Grinch frunció el ceño. ¿Unirse? ¿A una fiesta? Nunca había pensado que alguien lo invitaría.

"No, gracias. La Navidad no es para mí", replicó el Grinch, aunque en el fondo algo en su interior se emocionaba ante la idea.

Pero la familia no se dio por vencida.

"Pero, ¿por qué no? Siempre es más divertido compartir. Esta noche habrá ponche, pavo, y muchos dulces. ¡Podrías probarlos!" - dijo una pequeña niña llamada Sofía, con ojos brillantes de alegría.

Hasta el Grinch sintió un pequeño cosquilleo de curiosidad por los dulces.

"¿Dulces?" - preguntó, abriendo un poco más su corazón.

"¡Sí! Y también jugaremos a juegos y contaremos historias!" - añadió la madre, Carla, sonriendo.

El Grinch dudó, pero al ver la alegría en sus rostros, decidió aceptar la invitación, aunque con algo de desconfianza.

Cuando llegó a la casa, se sintió un poco incómodo, pero la calidez del hogar lo envolvió. La familia lo recibió con sonrisas y lo hicieron sentir bienvenido.

"¡Mirá! Ahí está el ponche, ven a probarlo" - le dijo Pablo mientras servía una bebida humeante.

El Grinch tomó un sorbo y sus ojos se iluminaron. ¡Era delicioso! Luego, probó el pavo, y la mezcla de sabores hizo que su pequeño corazón empezara a latir más rápido. Nunca había sentido algo así. Tras la cena, comenzaron a jugar a juegos y el Grinch, aunque al principio estaba callado, empezó a reírse y a disfrutar.

De pronto, en medio de las risas y la música, sintió que su corazón palpitaba más fuerte que nunca. ¿Era posible que estaba divirtiéndose? ¿Estaba sintiéndose parte de algo? Fue entonces cuando un gran giro ocurrió: el Grinch se dio cuenta de que había estado equivocado toda su vida. La Navidad no era solo un día, era un sentimiento de compartir, de estar con otros, de reír, de amar.

"No creo que haya un regalo más hermoso que esto" - pensó mientras disfrutaba de la compañía de la familia. Observando sus sonrisas y risas, sintió que su corazón realmente crecía, tanto que hasta podía escuchar cómo se expandía poco a poco, llenándose de alegría.

Finalmente, cuando llegó la medianoche y las estrellas brillaban en el cielo, el Grinch reconoció que nunca más quería volver a la soledad.

"Gracias por invitarme. Me siento... diferente. Me siento feliz. Mi corazón no se siente tan pequeño ahora" - dijo con sinceridad.

La familia sonrió, y en ese momento, el Grinch supo que había encontrado un lugar al que pertenecer. Así, esa Navidad no solo celebraron la llegada de un nuevo año, sino también la de un nuevo amigo. Desde ese día, el Grinch ya no fue el mismo. Descubrió que el verdadero espíritu de la Navidad no estaba en las decoraciones, sino en el amor y la amistad que se compartía.

Y así, cada año, el Grinch esperaba ansioso la Navidad, porque sabía que no solo se trataba de una fecha, sino de la familia y la alegría de estar juntos.

FIN.

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