El Corazón de Clara



Clara era una niña normal de diez años, pero había algo que no le agradaba: ir a misa. Cada domingo, sus padres la llevaban obligada, y siempre pensaba en lo que podría hacer en lugar de estar sentada en el banco de la iglesia. Pero un día, todo cambió.

Era un domingo soleado, y su familia había decidido hacer una novena en honor a la Virgen de Lourdes. Clara se sentó en la mesa con su madre, su padre y su hermano, Tomás. Mientras recitaban las oraciones, Clara empezó a escuchar a su madre más atentamente.

"Mirá, Clara, la Virgen de Lourdes es muy especial. Ella es como una madre que siempre escucha nuestras preocupaciones y deseos", decía su mamá con la mirada suave y tierna.

"¿Por qué lo dices?", preguntó Clara curiosa.

"Porque muchos la invocan en busca de consuelo. Siempre hay algo hermoso en creer que alguien te cuida", respondió su padre.

La conversación no se detuvo ahí. Clara, intrigada, decidió preguntar más.

"¿Y por qué tenés tanta fe, mamá? No entiendo cómo podés creer en algo que no se puede ver..."

La madre sonrió y le explicó:

"A veces, Clara, no necesitamos ver para creer. La fe es también una forma de esperanza, algo que llevamos en el corazón. La Virgen de Lourdes te enseñará sobre amor y fe, pero también sobre la bondad y el respeto a los demás."

Clara pensó que era una idea bonita, pero no estaba segura si cambiaría su opinión sobre la misa. Sin embargo, mientras pasaban los días de la novena, algo en ella empezó a cambiar. Empezó a mirar a su hermano Tomás y a su madre de otra manera.

Unos días después, su familia decidió hacer un viaje a Lourdes. Clara no podía creer que serían turistas en el lugar donde se apareció la Virgen. Al llegar, se encontró con un ambiente mágico, lleno de paz y belleza.

Mientras recorrían las callecitas empedradas y pensaban en qué comprar de recuerdo, la madre le dijo:

"Clara, ¿quieres que te compremos algo especial para recordar este viaje?"

"¿Qué hay de ese colgante en forma de corazón que vi en la tienda?", sugirió.

Y así, su mamá y papá le compraron el colgante. El corazón tenía una pequeña imagen de la Virgen de Lourdes en el centro. Cuando Clara recibió el regalo, sus ojos se iluminaron.

"¡Es hermoso!", exclamó con entusiasmo.

"Siempre que lo lleves puesto, recuerda el viaje que hicimos juntos y todo lo que aprendiste”, le dijo Tomás, guiñándole un ojo.

Desde aquel día, Clara comenzó a usar el colgante con orgullo. Cada domingo, en lugar de sentir que tenía que ir a misa, ahora quería ir. Su corazón se llenaba de una alegría nueva, y en vez de protestar, se sentaba tranquila en el banco y escuchaba. Disfrutaba de las historias, de la música del coro y de la gente que entrelazaba sus manos en busca de paz.

Con el tiempo, Clara se sintió como una parte importante de la comunidad. Comprendía que la fe no se trataba solo de devoción, sino de amor y unión entre las personas.

Un día, mientras caminaba por la plaza del pueblo con su colgante brillando al sol, se dio cuenta de que su perspectiva había cambiado. Miró a su alrededor y vio la sonrisa de la gente, como si cada uno llevara un pedacito de esa esperanza que había comenzado a crecer en su corazón.

"Nunca pensé que ir a misa sería tan lindo...", reflexionó Clara.

"A veces solo necesitamos un pequeño empujón para ver las cosas de otra manera", respondió su madre, dándole un abrazo.

Y así, Clara se convirtió en una cumplidora entusiasta de los domingos, llevando en el corazón no solo el colgante de la Virgen, sino también el amor y la alegría de pertenecer a algo más grande que ella misma. Su viaje a Lourdes no solo había sido un viaje físico, sino un viaje hacia su interior, y el corazón que llevaba colgado se convirtió en símbolo de su transformación.

Y así concluyó la historia de Clara, una niña que descubrió que ir a misa no era una obligación, sino una hermosa oportunidad para compartir amor y esperanza con los demás.

FIN.

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