El Corazón de la Hada Amapola
Era una vez en un bosque encantado, donde las flores cantaban y los árboles bailaban al ritmo del viento, una pequeña hada llamada Amapola. Amapola era conocida por su hermoso brillo y su risa contagiosa. Pero había algo que la entristecía: había perdido su corazón, un corazón impregnado de amor.
Un día, mientras volaba sobre el arroyo cristalino, Amapola vio a un pequeño pájaro llamado Chispita, que lucía cabizbajo.
"¿Qué te pasa, Chispita?" - preguntó Amapola.
"He perdido mi nido y no encuentro un lugar donde descansar. Sin nido, no puedo cantar", respondió el pájaro con lágrimas en los ojos.
Amapola sintió una oleada de empatía. Tantos días había estado pensando en su tristeza por el amor perdido, que no se dio cuenta de que otros también sufrían. Decidió usar su magia para ayudar a Chispita.
"No te preocupes, ¡vamos a buscar un lugar perfecto para tu nido!" - dijo, agitando su varita mágica.
Juntos volaron de árbol en árbol, buscando el hogar adecuado, pero no encontraban el lugar perfecto. Después de varios intentos, Chispita se mostró desanimado.
"Creo que nunca hallaré un nido", murmuró.
Amapola recordó su propia situación. Desde que su corazón se había ido, se había encerrado en su tristeza y había perdido la esperanza. Pero al ayudar a Chispita, comenzó a sentir una chispa de alegría.
"Quizás no se trate de lo que buscamos, sino de lo que encontramos en el camino" - sugirió Amapola.
Chispita levantó la mirada, intrigado. "¿Qué querés decir?"
"Cada vez que ayudamos a alguien, nuestras cargas se aligeran. Vamos a seguir volando juntos y ver qué descubrimos" - propuso la hada.
Así, Amapola y Chispita continuaron su búsqueda, y en el camino conocieron a otros habitantes del bosque: la Asociación de Mariposas Bailarinas y la Tortuga Sabia, quienes también estaban enfrentando sus propios desafíos. Con cada nuevo encuentro, Amapola compartía un poco de su magia y recibía historias de superación a cambio.
Fue entonces cuando, mientras ayudaban a las mariposas a organizar un baile, un destello brillante iluminó el bosque. Era la Reina de las Hadas, que había estado observando los esfuerzos de Amapola.
"Amapola, has crecido en bondad y amor por los demás. Has empezado a ver que el amor no solo se recibe, sino que también se da" - dijo la Reina.
Amapola sintió calidez en su corazón, un sentimiento que había creído perdido para siempre. "¿Y si puedo aprender a amarme a mí misma también?" - preguntó, casi incrédula.
"Esa es la clave, pequeña hada. El amor propio florece cuando brillamos por lo que somos, y no por lo que otros piensan de nosotros" - explicó la Reina, sonriendo.
En ese instante, Amapola sintió un cambio profundo en su interior. Se dio cuenta de que no necesitaba un corazón perdido para ser feliz; solo necesitaba valorarse tal como era.
Con renovada confianza, decidió seguir ayudando a los demás, canalizando su amor y aprendiendo más sobre sí misma en el proceso. Con cada acto de bondad, su luz se hacía más brillante y su corazón más fuerte.
Finalmente, después de muchas aventuras, encontró un lugar tranquilo al borde del arroyo. Allí, hizo su nido, no con ramas y hojas, sino con trocitos de amor, respeto y alegría que había compartido por el camino.
"He encontrado mi hogar, y también he encontrado mi corazón" - anunció Amapola, radiante.
Y así, Amapola recordó que el amor no era algo que se encontraba o se perdía, sino algo que se construía dentro de uno mismo, de un pedacito de dulzura a la vez. Desde ese día, nunca volvió a estar sola, porque el amor propio había florecido en su vida, compartiendo su luz con todos a su alrededor, incluidos Chispita y la Reina de las Hadas.
Fin.
FIN.