El Corazón de la Pachamama
En el tranquilo pueblo de Kopacati, rodeado de montañas resplandecientes y un lago como un espejo, vivían dos jóvenes recién casados, Valentina y Diego. Un día, decidieron visitar unas piedras talladas que, según la leyenda, tenían el poder de proteger el amor de quienes se sentaran sobre ellas.
Al llegar, el sol brillaba y las flores silvestres llenaban el aire de un aroma dulce.
"¡Mirá cuán hermosas son estas flores, Diego!", exclamó Valentina.
"¡Sí! Deberíamos recoger algunas y llevarlas a casa", respondió Diego sonriente.
Mientras buscaban flores, Valentina escuchó un susurro. Era un sonido suave, como el murmullo del viento. Volteó hacia Diego:
"¿Escuchaste eso? Suena como si las piedras estuvieran hablando."
"Son solo el viento y las hojas, Vali. No te preocupes", tuvo que decirle con una risa nerviosa.
Decidieron sentarse en la piedra más grande. La superficie era rugosa, pero extrañamente acogedora.
"Este lugar es mágico, ¿no?", dijo Valentina mientras cerraba los ojos.
"Sí, pero no podemos quedarnos mucho. Si papá se entera de que vinimos a jugar y no a trabajar, va a enojarse."
"Solo un momento más".
Mientras estaban allí, un pequeño loro de colores brillantes se posó sobre la piedra, mirando curiosamente a la pareja.
"¡Miren! ¡Es tan lindo!", dijo Valentina
"Quiero que se quede con nosotros", respondió Diego, estirando la mano hacia el loro. Pero, justo cuando se acercó, el loro voló de regreso hacia el bosque.
"Es un mensaje de la Pachamama, seguro", dijo Valentina con una sonrisa. Sin embargo, Diego no estaba tan convencido.
De repente, el loro regresó, pero no estaba solo. Detrás de él, un grupo de animalitos del bosque comenzó a salir: un zorro curioso, un ciervo elegante y hasta un conejo juguetón.
"¡Esto es increíble!", gritó Diego.
"¿Qué tal si les hacemos un picnic?", sugirió Valentina de manera entusiasta.
La pareja sacó un poco de comida de su mochila, un sandwich de palta y algunas galletas. Los animales, por supuesto, estaban felices de unirse a la fiesta. El zorro se acercó con su paso sigiloso, mientras el conejo brincaba emocionado intentando alcanzar una galleta.
"Esto es lo mejor que hemos hecho", dijo Diego mientras reía al ver al conejo con una galleta en la boca.
"Sí, y así la Pachamama está cuidando de nosotros más de lo que imaginamos", respondió Valentina.
Después de un rato, los animales se les acercaron, como si quisieran expresar algo. Valentina se dio cuenta de que el loro había comenzado a imitar su risa.
"Mirá, Diego, ¡nos está copiando!".
"¿Qué tal si le enseñamos a hacer sonidos de amor?", sugirió Diego y ambos comenzaron a reírse mientras hacían diferentes ruidos.
Las risas resonaban por el aire y, de repente, el cielo se oscureció. Una pequeña nube apareció, y con ella, un poco de lluvia comenzó a caer.
"¡Oh no, ahora nos mojará!", dijo Valentina, mirando hacia el cielo.
"No te preocupes, vamos a refugiarnos bajo los árboles", sugirió Diego.
Mientras corrían, los animales los siguieron, creando un ambiente de alegría bajo la lluvia. Todos juntos empezaron a saltar y jugar. En medio del chapoteo, Valentina tuvo una idea.
"¡Hagamos una danza!"
"¡Danza en la lluvia!", corearon los animales.
Se tomaron de las manos y comenzaron a girar bajo la lluvia, riendo y disfrutando del momento. De repente, el loro, emocionado, voló hacia el cielo y comenzó a cantar.
"¡Escucha eso! ¡Es un concierto de la Pachamama!", gritó Diego.
"¡Sí! Este es el amor que necesitamos en nuestras vidas", Valentina respondió mientras seguía girando.
Ambos entendieron que la verdadera protección del amor no venía solo de las piedras, sino de los momentos sencillos y felices que compartían. Al final, la lluvia paró, y un hermoso arcoíris cruzaba el cielo.
"Mirá, un arcoíris. Es una señal de buena suerte", susurró Diego.
"Sí, ¡y de amor!", agregó Valentina emocionada.
Con esa alegría en sus corazones, decidieron que siempre recordarían aquel día. Lo que había comenzado como una exploración a las piedras talladas terminó siendo un bello recuerdo lleno de amor, amistad y magia. Cada vez que pasaran por ese lugar, sabrían que la Pachamama siempre estaba cuidando de su amor, a través del juego y la risa.
Así, Valentina y Diego aprendieron que el amor verdadero se construye en los momentos compartidos, en las risas y las aventuras, y que la magia siempre está en todas partes, incluso en una simple tarde de lluvia.
FIN.