El Corazón de la Princesa Valentina
Había una vez en un reino lejano, una princesa llamada Valentina que vivía en un castillo en lo alto de una colina. Valentina era conocida por ser muy caprichosa y siempre estaba enojada con todo el mundo.
No le gustaba que nadie le llevara la contra y solía mandar a todos a callar con su mirada fría y su voz autoritaria. Un día, Valentina decidió subir a las montañas que rodeaban el reino.
Estaba tan enojada que quería desahogarse gritando lo más fuerte posible. Mientras caminaba por los senderos empinados, se encontró con una familia de conejos que jugaba felizmente. "¡Cállense ya! ¡No soporto sus risas tontas!", les gritó la princesa.
Los conejos, asustados, corrieron a esconderse entre las rocas. Valentina siguió su camino hasta llegar a la cima de la montaña más alta. Allí se detuvo y comenzó a gritar todas las cosas que le molestaban, dejando escapar toda su ira acumulada.
De repente, un eco resonó por toda la montaña y Valentina escuchó su propia voz multiplicada. Se sorprendió al ver cómo sus gritos se reflejaban en las paredes de roca y volvían hacia ella.
"¿Por qué estás tan enojada, princesa?", resonaron las voces del eco. Valentina se quedó pensativa por un momento. Nunca antes se había detenido a reflexionar sobre el motivo de su constante enfado.
Se dio cuenta de que había estado tan ocupada exigiendo atención y obediencia que no había permitido que nadie realmente la conociera. Decidió bajar de la montaña con una nueva determinación: cambiar su actitud y abrir su corazón a los demás.
Encontró a los conejos nuevamente y esta vez les ofreció disculpas por haberlos asustado. "Lo siento mucho por mi mal comportamiento", les dijo sinceramente Valentina. Los conejos, sorprendidos por el cambio repentino de la princesa, aceptaron sus disculpas y comenzaron a hablar con ella.
Descubrieron que tenían muchas cosas en común y pasaron horas compartiendo historias y risas. Valentina regresó al castillo esa noche con una sonrisa en el rostro y sintiéndose más ligera que nunca.
Había aprendido una valiosa lección gracias a las montañas: no hay nada más poderoso que abrir nuestro corazón para conectar verdaderamente con los demás.
Desde ese día en adelante, la princesa Valentina dejó atrás su famoso temperamento iracundo para dar paso a una versión más amable y comprensiva de sí misma. Y así, todos en el reino aprendieron que incluso la persona más enojada puede encontrar paz si está dispuesta a escuchar su propio eco interior.
FIN.