El Corazón de Luna



Luna era una dulce niña de pelo negro azabache, vivía con sus padres en un pequeño pueblo lleno de sonrisas y risas. Un día, mientras viajaban a visitar a sus abuelos, un trágico accidente los separó para siempre. Luna se encontró sola en un mundo que parecía oscuro y desconocido. Después del accidente, fue llevada a un orfanato que se veía algo viejo, con paredes desgastadas y habitaciones frías.

Cuando llegó, se sintió aún más sola. Con su ropa sucia y su corazón triste, caminó por los pasillos del orfanato, observando a otros niños jugar juntos. Luna deseaba formar parte de sus risas, pero parecía que todos la ignoraban.

"¿Por qué no se acercan a mí?" - pensaba Luna, mientras se sentaba al borde de una banca en el parque del orfanato.

Los días pasaron y Luna seguía sentándose sola. Un día, vio a un grupo de niños jugando a la pelota. Uno de ellos, Tomás, una niña de pelo rizado y risa contagiosa, notó que Luna los miraba.

"¡Hola! ¿Querés jugar con nosotros?" - preguntó Tomás.

Luna se sorprendió y bajó la vista, insegura. Sus pensamientos la asaltaron: "No tengo amigos y no sé jugar bien". Pero Tomás se acercó.

"No te preocupes, ¡solo ven! Podemos enseñarte y, además, la diversión es mucho más grande cuando jugamos en equipo".

Con un pequeño impulso de coraje, Luna se unió a ellos. A medida que jugaban, comenzó a olvidarse de su tristeza y a sentirse parte de algo nuevo. Las risas resonaban en el parque y su corazón empezó a iluminarse un poco.

En los días siguientes, Luna siguió jugando con Tomás y el resto del grupo. Con cada juego, fue haciendo nuevos amigos, cada uno con su propia historia de vida.

"¿Sabías que todos somos un poco diferentes?" - le dijo Sofía, otra niña del grupo.

"Es verdad, a veces nos sentimos solitos, pero juntos podemos ayudarnos" - agregó Max, con una gran sonrisa.

Luna empezó a comprender que el orfanato no era solo un lugar triste, sino un nuevo hogar que podía compartir con otros. Poco a poco, decidió que no quería seguir siendo la niña callada que se sentaba sola. Quería ser parte del cambio.

Un día, al notar que algunos niños estaban tristes porque no se sentían incluidos en un juego, Luna decidió actuar. Hizo un letrero que decía "¡Gran Fiesta de Juegos!" y lo colgó en el tablón de anuncios del orfanato.

"¡Vengan todos! ¡Hoy tendremos juegos y snacks!" - gritó emocionada, llenando el lugar de energía.

Los niños se acercaron curiosos y, gracias a la iniciativa de Luna, ese día se convirtió en una celebración de amistad. Jugaron, rieron, compartieron historias y cada uno se sintió importante y querido.

Con el tiempo, ese viejo orfanato se transformó en un hogar lleno de risas, amor y amistades hermosas. Luna aprendió que, aunque había perdido a sus padres, siempre podía encontrar familia en otros, y que su corazón también podía brillar.

Luna se dio cuenta de que, aunque la vida le había presentado desafíos, estos también eran oportunidades para crecer y compartir su luz con el mundo. Y así, Luna se convirtió en la inspiración de otros, demostrando que incluso en la tristeza, la amistad y el amor siempre pueden florecer.

FIN.

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