El Corazón de Scrooge
Era una noche helada de diciembre en la fábrica de Santa Claus, ubicada en el mágico Polo Norte. Las luces parpadeaban y los elfos, alegres, trabajaban arduamente para preparar los regalos que alegrarían a los niños de todo el mundo. Pero justo cuando el ambiente festivo alcanzaba su punto máximo, un hombre llamado Scrooge irrumpió en la fábrica con una actitud oscura y de mal humor.
Scrooge, un personaje que solía despreciar la alegría y el espíritu navideño, había llegado decidido a robar todos los regalos.
-Tengo que hacer esto -murmuró para sí mismo-. Nadie debería ser tan feliz.
Los elfos, al darse cuenta de su presencia, se acercaron rápidamente, pero antes de que pudieran reaccionar, Scrooge ya había reunido un montón de juguetes y los metió en un saco enorme que había traído consigo.
-¡Alto ahí! -gritó Elfo Tim, uno de los más pequeños, con voz temblorosa por la sorpresa.
-¿Y qué vas a hacer, pequeño? -replicó Scrooge, burlándose de él-. No tengo tiempo para tus tonterías.
Los elfos, aunque asustados, no se dieron por vencidos. Decidieron actuar en equipo.
-¡Vamos, amigos! -exclamó Elfo Tim-. ¡Necesitamos recuperar nuestros regalos!
Los elfos comenzaron a correr en círculos alrededor de Scrooge, haciendo ruido y creando una distracción. Scrooge, confundido y un poco molesto, no sabía qué hacer. En medio del bullicio, un elfo más grande, llamado Elfo Hugo, se acercó a él.
-¿Por qué quieres robar la alegría de los niños? -preguntó Hugo, mirándolo fijamente a los ojos.
Scrooge hizo una pausa, sorprendido por la pregunta.
-Porque... -balbuceó-. Porque nunca he conocido la alegría. Siempre he vivido solo y triste.
Los elfos se miraron entre sí, comprendiendo que había más en Scrooge de lo que parecía.
-Quizás podemos ayudarte, -dijo Elfo Tim con ternura. -¿Te gustaría conocer a los niños?
-¿A los niños? -preguntó Scrooge, frunciendo el ceño. -¿Qué me importa a mí la felicidad de los niños?
-Vamos, solo dales una oportunidad. -insistió Elfo Hugo-. Tal vez eso te haga sentir un poquito mejor.
Scrooge, aunque reticente, decidió seguir a los elfos. Ellos lo llevaron a un lugar mágico donde se podía ver a los niños escribiendo cartas a Santa. En cada carta había un deseo lleno de amor y esperanza.
-¡Mirá eso! -dijo Elfo Tim mientras señalaba una carta-. Este niño solo quiere que su hermano esté bien.
Scrooge no podía creer lo que veía. Un niño deseando lo mejor para otro, ¡era algo nuevo para él!
-Esto... -murmuró Scrooge-. No puedo creer que tengan tanto amor en sus corazones y yo me haya dejado llevar por la soledad.
Tras observar la pureza de las intenciones de esos niños, algo comenzó a cambiar dentro de él. Los elfos sonrieron, sabiendo que estaban haciendo una gran diferencia.
-Quizás robé lo que no debí -dijo Scrooge finalmente, su voz temblando levemente-. Quiero hacer las paces. ¡Quiero ayudar!
Los elfos se acercaron.
-¡Eso es genial! -dijo Elfo Tim-. ¡Vuelve a la fábrica y ayúdanos a terminar los regalos!
Scrooge, convencido de que había encontrado una nueva oportunidad, regresó a la fábrica y, junto a los elfos, se puso a trabajar reparando y envolviendo cada regalo. Con cada juguete que preparaban juntos, Scrooge sentía cómo su corazón se llenaba de alegría y calidez.
Finalmente, la noche de Navidad llegó, y los elfos, junto a Scrooge, lograron entregar todos los regalos.
-Gracias a vos, Scrooge, ahora conocemos tu verdadero potencial -dijo Elfo Hugo, emocionado.
-No hubiera podido sin ustedes. Me han mostrado que la felicidad se encuentra en compartir y en la bondad.
Desde ese día, Scrooge nunca volvió a ser el mismo. Se convirtió en un amigo de los elfos y juntos continuaron trayendo alegría a los niños de todo el mundo. Aprendió que la felicidad se multiplica cuando se comparte, y que abrir el corazón puede hacer maravillas.
Y así, en aquel helado diciembre, no solo se salvaron los regalos, sino que también se salvó un corazón solitario, transformándolo en uno lleno de alegría y amor.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.