El Corazón de Valentina



En un soleado día de primavera, Valentina, una niña de diez años, decidió que era el momento de confesar su amor por San, un chico de su escuela que siempre la hacía reír. Su corazón latía con fuerza cada vez que lo veía; su sonrisa era como un rayo de sol. Sin embargo, un día, mientras jugaba en el parque, Valentina se dio cuenta de que San estaba con Antonela, una chica que era muy popular y siempre tenía a todos a su alrededor.

"No puede ser..." pensó Valentina mientras observaba a San reír con Antonela. Su corazón se sentía pesado y su mundo se volvió gris. Se sentó en un banco del parque y dejó caer su cabeza entre sus manos. ¿Por qué no podía ser ella la que lo hacía feliz?

En ese momento, apareció su papá Loan, que la había estado buscando. Al verla triste, se acercó con paso ligero.

"Hola, Valentina, ¿qué te pasa?"

"Papá, déjame, estoy bien..." Contestó ella entre sollozos.

"¿Estás segura? Tu carita lo dice todo. A veces, las cosas no salen como queremos, y está bien sentirse triste. ¿Te gustaría hablar?"

Valentina suspiró y, después de un rato, decidió contarle a su padre.

"Es San... Me gusta tanto, pero ahora está con Antonela y no sé qué hacer."

Loan sonrió cálidamente.

"A veces, lo que queremos no es lo que sucede. Y eso puede doler. Pero te cuento un secreto: el amor viene en muchas formas, y no siempre el que no se puede tener es el mejor."

"¿Cómo?" Preguntó Valentina, aún confundida.

"El amor por los amigos, la familia o incluso por uno mismo es igual de importante. Y a veces, el amor puede crecer en los lugares menos esperados. ¿Te imaginas encontrar a alguien más que te haga feliz?"

Valentina pensó en lo que decía su padre.

"Sí, pero... me gustaría tenerlo a él a mi lado."

"Entiendo, cariño. ¿Qué te parece si en vez de llorar, decides ser la mejor versión de ti misma? ¡Caminar con la cabeza en alto, sonreír y ser una amiga genial! A veces, cuando te enfocas en ser feliz tú misma, las cosas cambian mágicamente."

Valentina, inspirada por las palabras de su papá, decidió que no dejaría que la tristeza la consumiera. Con el tiempo, se enfocó en sus actividades favoritas: bailar, pintar y hacer nuevas amigas en su clase. Se inscribió en un taller de manualidades y sí, conoció a un chico llamado Tomás, que tenía una risa contagiosa y la hacía sentir bien.

Poco a poco, la tristeza que sentía por San se fue desvaneciendo. Valentina comenzó a reír más, a disfrutar de su tiempo libre y, de repente, notó que se sentía más libre y feliz.

Un día, mientras se divertía en el taller de manualidades, vio a San y Antonela. San la miró, le sonrió y la saludó. En ese instante, Valentina se dio cuenta de que le tenía afecto, pero ya no lo necesitaba. Su corazón estaba floreciendo por todas las nuevas experiencias que estaba viviendo.

"Hola, San!" Dijo Valentina con una sonrisa radiante.

"Hola, Valen, ¿cómo estás? Te he visto en el taller, ¡parece que te diviertes mucho!"

"Sí, estoy haciendo algunas cosas increíbles. Y tú, ¿cómo va todo con Antonela?"

San sonrió también.

"Es divertido, pero a veces extraño charlar con vos. Eres muy buena amiga."

Valentina se sintió valiente y pensó: "Quizás tengo más cosas que compartir con él que solo un amor romántico".

"Gracias, San. También me gusta pasar tiempo contigo. Pero ahora estoy disfrutando de otras cosas y nuevos amigos."

Así, el tiempo pasó, y aunque San no era su amor, se dio cuenta de que tener varios tipos de amor en la vida era aún más importante. Valentina aprendió que la felicidad no depende de una sola persona, sino de todo lo que veamos y compartamos en nuestra vida.

Y cuando se dio cuenta de que su corazón podía abrirse a nuevas amistades, la alegría volvió a su rostro, y descifró que el verdadero amor comienza dentro de uno mismo. Con esa lección en su corazón, y siempre recordando lo que su padre le enseñó, Valentina siguió adelante feliz y llena de sueños.

Fin.

FIN.

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