El Corazón del Millonario
Había una vez, en una ciudad llena de luces y rascacielos, un millonario llamado Don Alberto. Era dueño de un imperio de negocios y todo lo que quería lo conseguía, pero su arrogancia lo hacía poco querido por los demás. Siempre presumía de su fortuna y creía que su dinero podía comprarlo todo.
Una tarde, después de un día de reuniones, Don Alberto decidió pasear por el parque. Mientras caminaba, notó a un grupo de niños jugando a la pelota. Al ver que estaban disfrutando, se acercó y dijo:
- ¿No tienen algo mejor que hacer? Jugar no lleva a ningún lado.
Los niños lo miraron, desconcertados, y uno de ellos, un pequeño llamado Lucas, respondió:
- Pero jugar nos hace felices.
Don Alberto solo rodó los ojos y siguió su camino. Esa noche, mientras se acomodaba en su cama de seda, sintió algo extraño. Se le apareció una estrella fugaz desde la ventana, y justo antes de que se extinguiera, hizo un deseo: "Quiero que los demás me respeten y me teman como merezco".
Al día siguiente, al despertar, algo raro ocurrió. Don Alberto se miró en el espejo y descubrió que, en lugar de su reflejo, veía... a un pequeño ratón. Asustado, quiso gritar pero solo pudo emitir un chillido. En su desesperación, recordó el deseo que había hecho.
- ¡No! ¡Esto no puede estar pasando! - gritó el ratón.
Salió disparado de la casa, haciendo frente al mundo desde una perspectiva muy diferente. Trató de entrar en una tienda para comprar algo de comer, pero todos lo ignoraban, como si fuera invisible. Asustado y hambriento, se refugió en un callejón.
Pronto, conoció a una familia de ratones que vivían allí. La madre ratona, llamada Rita, le ofreció un pedacito de queso.
- ¿Por qué eres tan amable? - preguntó Don Alberto, aún asombrado.
- Porque somos una familia - respondió Rita. - Aquí nos ayudamos mutuamente.
Los días pasaron y Don Alberto, convertido en ratón, comenzó a aprender sobre la vida desde una nueva perspectiva. Se unió a los juegos de los pequeños ratones, se divirtió y, sobre todo, aprendió a valorarse no por su dinero, sino por lo que era en su interior.
Un día, mientras jugaba, se dio cuenta de que había un peligro inminente: un gato gigantesco se acercaba. Sin pensarlo, los ratones entraron en pánico, pero Don Alberto gritó:
- ¡Chicos, sigan a Rita! ¡Es la más valiente! -
Juntos, se escaparon y se refugiaron en un lugar seguro. En ese momento, comprendió que la valentía y la amistad valen mucho más que el dinero.
Después de semanas de vivir como ratón, Don Alberto comenzó a extrañar su vida anterior. Aquel día estrellado, con la luz de la luna brillando en el callejón, tomó la decisión de hacer un nuevo deseo:
- Quiero ser de nuevo Don Alberto, pero quiero ser mejor, un amigo de verdad.
Al abrir los ojos, se encontró nuevamente en su cama, como un hombre. Pero esta vez, no era el mismo. La arrogancia había desaparecido y había un brillo especial en su mirada. Se levantó lleno de energía y fue directo al parque.
Llegó justo cuando los niños estaban jugando a la pelota otra vez.
- ¡Hola, chicos! - gritó Don Alberto, con una sonrisa. - ¿Puedo jugar con ustedes?
Los niños lo miraron, sorprendidos. Lucas respondió:
- ¿Sos el millonario que nos dijo que jugar no lleva a nada?
Don Alberto sonrió y dijo:
- Sí, pero he aprendido que la felicidad y la amistad son más importantes que el dinero.
Con el tiempo, Don Alberto se convirtió en un querido amigo de todos. Abría su casa y organizaba fiestas en el parque, en las que compartía su fortuna de una manera diferente: ayudando a los demás, ofreciendo juguetes y comida, y sobre todo, rodeándose de la risa de los niños.
Y así, el millonario arrogante se transformó en un verdadero amigo, aprendiendo que la mejor riqueza se encuentra en el amor, la amistad y las experiencias compartidas.
Desde entonces, cada vez que veía a un niño jugando en el parque, recordaba su aventura como un pequeño ratón y sonreía, sintiéndose agradecido por la lección que había aprendido en el camino.
FIN.