El corazón gigante de Lola


Había una vez en un lejano lugar del cuerpo humano, una lombriz llamada Lola que vivía en un lugar muy especial: el intestino.

A pesar de ser solo una lombriz, Lola había convertido su hogar en un lugar acogedor y lleno de vida. Lola era diferente a las demás lombrices. Tenía el pelo plateado y brillante, y siempre llevaba puesta una cinta roja alrededor de su cuerpo.

Su pasatiempo favorito era recorrer los largos pasillos del intestino, saludando a todas las células amigas que encontraba en su camino. Un día, mientras paseaba por el intestino, Lola se encontró con una célula triste y desanimada.

Era la célula de la digestión, que estaba trabajando sin descanso y se sentía agotada. Sin dudarlo, Lola se acercó a ella y le preguntó qué le ocurría. "Hola querida célula de la digestión, veo que estás muy cansada. ¿Puedo ayudarte en algo?" -preguntó Lola con cariño.

La célula levantó la mirada sorprendida y respondió con voz débil: "Oh querida Lola, estoy tan cansada de trabajar sin parar. Me siento sola y agotada". Lola sintió compasión por la célula y decidió hacer algo al respecto.

Se puso manos a la obra e ideó un plan para animarla. Reunió a todas las células amigas del intestino y juntos organizaron una gran fiesta sorpresa para la célula de la digestión.

La fiesta fue todo un éxito: había música, baile y risas por doquier. La célula de la digestión no podía creer lo feliz que se sentía en ese momento. Se dio cuenta de cuánto valoraban su trabajo las demás células del intestino.

"¡Gracias querida Lola por este maravilloso gesto! Me has devuelto la alegría y las ganas de seguir trabajando duro" -dijo emocionada la célula de la digestión. Lola sonrió satisfecha al ver a su amiga tan feliz.

Había demostrado que incluso siendo pequeña e insignificante, podía hacer grandes cosas cuando se trataba de ayudar a los demás. Desde ese día, Lola siguió recorriendo los pasillos del intestino con una nueva misión: llevar alegría y esperanza a todas las células que encontrara en su camino.

Y es que como decían todos en el intestino humano: "Lola puede ser solo una lombriz, pero tiene un corazón gigante capaz de cambiarlo todo".

Y así, entre risas y abrazos, Lola siguió siendo el alma bondadosa del intestino humano, recordándonos siempre que no importa lo pequeños que seamos; siempre podemos hacer grandes cosas si tenemos amor para dar.

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