El Corazón Miedoso de Tomás



Tomás era un niño de primer grado que siempre llevaba una sonrisa en su cara, pero dentro de su corazón, a menudo reinaban el miedo y la confusión. Le daba miedo expresar sus emociones; pensaba que si decía lo que sentía, podría ser motivo de burla o que sus amigos no lo entenderían.

Cada día, al llegar al colegio, sus compañeritos de clase realizaban juegos en el patio. Algunos reían, otros gritaban de alegría, y algunos hasta lloraban cuando se caían. Sin embargo, Tomás se quedaba al margen, observando en silencio. Su corazón latía fuertemente cada vez que sentía la necesidad de unirse a ellos, pero su mente lo detenía.

Un soleado lunes, la maestra Rosa decidió hacer un juego especial llamado “El Círculo de Sentimientos”. Todos los niños se sentaron en un gran círculo y comenzaron a compartir lo que sentían. Uno a uno, los niños hablaban.

"Ayer me sentí muy feliz porque fui al parque con mi familia", dijo Clara, con una gran sonrisa.

"Yo me sentí triste porque no tengo una mascota", confesó Juan, bajando la mirada.

Tomás escuchaba mientras su corazón palpitaba con fuerza. Sabía que tenía algo que decir, pero el miedo lo paralizaba. Al ver cómo sus amigos compartían sus sentimientos, comenzó a sentir que el aire se llenaba de valor. Tal vez no lo harían sentir mal, tal vez era seguro.

Cuando llegó su turno, Tomás hizo un gran esfuerzo por hablar.

"Yo... yo me siento...", comenzó, pero su voz se quebró.

De repente, una mariposa de colores brillantes aparece revoloteando en el círculo. Todos los niños se distraen y la siguen con la mirada, y Tomás aprovechó el momento para decir:

"Me asusta a veces hablar de lo que siento", murmuró, sintiendo que sus palabras eran pequeñas, pero importantes.

Los niños lo miraron atentos, y Clara, en un intento de apoyarlo, exclamó:

"¡Eso está bien! A veces también me da miedo hablar de lo que siento".

Al oírlo, Tomás sintió que algo dentro de él se iluminaba.

Los restantes niños comenzaron a compartir que también les daban miedo algunas cosas, como perder a sus padres en un centro comercial o no saber qué hacer si alguien los lastimaba. De pronto, Tomás se sintió menos solo.

El juego continuó y la maestra Rosa les explicó que los sentimientos eran como colores; a veces estamos tristes como el azul o felices como el amarillo. Expresar lo que sentimos nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás.

Al finalizar la actividad, Tomás fue rodeado por sus amigos.

"¡Podemos jugar juntos en el recreo!", propuso Juan.

"Sí, aprendi que es bueno hablar de lo que sentimos", agregó Clara, sonriendo.

Con el tiempo, Tomás se dio cuenta de que compartir sus emociones no solo lo hacía sentir mejor, sino que también acercaba más a sus compañeros.

Un sábado, en casa, Tomás decidió hacer un dibujo para su mamá. Hizo un gran sol amarillo, una nube gris y unos corazones rojos. Cuando su mamá le preguntó qué significaban, Tomás respondió:

"El sol es cuando me siento feliz, la nube es cuando me da miedo o me siento triste, y los corazones son todas las veces que quiero a mis amigos".

Su mamá sonrió.

"¡Qué hermoso Tomás! Al compartir lo que sientes, no solo lo entiendes mejor, también permitís que otros te comprendan".

Así fue como Tomás se volvió un niño un poco más valiente. Aunque todavía había momentos en que sentía miedo de expresar lo que sentía, ya sabía que no estaba solo. Todos, de alguna manera, compartían sus propias historias.

Con cada día que pasaba, Tomás aprendió que expresar sus emociones era esencial y que, al hablar, podía formar un puente entre su corazón y el de sus amigos. Y así, el corazón miedoso de Tomás comenzó a sentirse más libre, lleno de colores y amor.

Desde entonces, lo que antes le daba miedo se convirtió en una aventura, donde cada emoción que compartía era un paso hacia un mundo nuevo y emocionalmente más rico.

FIN.

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