El Corazón que Escucha
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos.
Desde que era muy chiquito, le encantaba escuchar el canto de los pájaros, el sonido del viento entre los árboles y las risas de sus amigos. Un día, mientras jugaba en el jardín de su casa, Mateo notó que no podía escuchar con claridad el ladrido de su perro.
Al principio, pensó que tal vez tenía cera en los oídos, pero a medida que pasaban los días, la pérdida de audición fue empeorando. Los padres de Mateo se preocuparon mucho y lo llevaron al médico especialista en oídos.
Tras hacerle varios estudios, confirmaron que Mateo estaba perdiendo la audición de manera progresiva. Esta noticia entristeció al niño y a su familia, pero decidieron enfrentar juntos esta nueva realidad. "¿Qué significa esto, mamá? ¿Voy a dejar de escuchar por completo?", preguntó Mateo con temor. "No te preocupes, hijo.
Vamos a buscar la mejor forma de ayudarte", respondió su mamá con ternura. A partir de ese momento, Mateo comenzó a utilizar unos aparatos auditivos especiales que le permitían escuchar mejor.
Al principio le costó adaptarse, pero con la ayuda de sus padres y maestros logró sobrellevarlo. Un día, mientras paseaba por el bosque cerca del pueblo, Mateo se encontró con un búho sabio que notó sus aparatos auditivos y su mirada triste.
El búho se acercó volando lentamente y posándose sobre una rama cercana le dijo:"Pequeño amigo, veo en tus ojos una mezcla de tristeza y valentía. La vida nos pone obstáculos difíciles a veces, pero es importante aprender a superarlos".
Mateo lo miró sorprendido y le contó sobre su pérdida auditiva progresiva y cómo eso había cambiado su forma de percibir el mundo.
El búho asintió sabiamente y le dijo: "Escuchar con nuestros oídos es importante, pero también existe la capacidad maravillosa de escuchar con el corazón. Aprenderás a sentir la belleza del mundo a través del tacto, la vista y las emociones". Estas palabras resonaron en lo más profundo del corazón de Mateo.
A partir de ese día, comenzó a prestar atención a otros sonidos: el crujir de las hojas bajo sus pies al caminar; el murmullo del arroyo al pasar; las risas silenciosas compartidas con sus seres queridos.
Con cada experiencia nueva descubría una forma distinta e igualmente hermosa de conectarse con el mundo que lo rodeaba. Y aunque seguía utilizando sus aparatos auditivos para ayudarlo en su día a día, ahora sabía que la verdadera magia estaba en aprender a escuchar más allá del ruido exterior.
Así fue como Mateo aprendió una valiosa lección: no importa cuáles sean nuestras limitaciones o dificultades; siempre hay formas creativas y especiales para disfrutar plenamente todo lo bueno que la vida nos ofrece.
FIN.