El Corazón Valiente de Lucas



Lucas era un chico de diez años que vivía en un pequeño pueblo llamado Valle Esperanza. Este lugar era conocido por su naturaleza vibrante: árboles altos, cielos azules y un sinfín de flores de colores. Pero lo que hacía especial a Lucas no eran solo las maravillas de su entorno, sino su forma de ver la vida. Lucas siempre buscaba hacer el bien y compartir su sonrisa con los demás.

Un día soleado, mientras paseaba por el parque, vio a su amiga Sofía sentada en un banco, con la cabeza agachada. Lucas se acercó y le preguntó:

- ¿Qué te pasa, Sofía?

- No tengo ganas de jugar hoy. Perdí mi pelota y no sé cómo conseguir otra - contestó con tristeza.

Lucas pensó que había que actuar.

- Vamos a buscarla juntos. Te ayudaré - le dijo con una gran sonrisa.

Ambos comenzaron a buscar la pelota por todo el parque. Preguntaron a otros niños si la habían visto. Después de un rato, se encontraron con Nicolás, un chico nuevo en el barrio. Nicolás, al ver a Lucas y a Sofía inquietos, se acercó.

- ¿Qué les pasa? - preguntó.

- Perdimos la pelota - respondió Sofía.

- Puedo ayudarles si quieren - ofreció Nicolás con un gesto amable.

Lucas sonrió al ver cómo Nicolás quería colaborar.

- Claro, entre más seamos, más posibilidades tenemos de encontrarla. Gracias, Nicolás - dijo Lucas.

Los tres chicos se separaron para buscar en diferentes rincones del parque. Después de unas horas, Sofía, desesperanzada, se sentó en el suelo.

- No creo que la encontremos - dijo, con un hilo de voz.

- No te desanimes - la animó Lucas. - Si no la encontramos, hay otras maneras de divertirnos. Lo importante es que estamos juntos.

Finalmente, fue Nicolás quien vio algo brillante tras un arbusto.

- ¡Miren! ¡Es la pelota! - gritó. Todos corrieron hacia él y, al compartir la alegría de haberla encontrado, Sofía abrazó a Nicolás.

- ¡Gracias! Eres un buen amigo - le dijo.

Con la pelota recuperada, los chicos comenzaron a jugar en el parque. Cada risa, cada pase, cada jugada estaba llena de alegría. De repente, un grupo de niños que no los conocían se unieron a ellos, y el parque se llenó de risas.

- Esto es genial - exclamó Nicolás. - ¡Nunca había jugado con tantos amigos!

Días después, Lucas notó que el jardín de su vecino, el señor Gómez, estaba descuidado. Había hojas secas y algunas flores marchitas. Lucas se acordó de lo que le había enseñado su mamá sobre ayudar a los que nos rodean.

- Voy a hablar con mis amigos y vamos a ayudarlo - pensó.

Reunió a Sofía y Nicolás y les propuso la idea.

- ¡Genial! - dijo Sofía. - Siempre es bueno ayudar.

- Yo tengo herramientas en casa. Puedo traer una pala y guantes - añadió Nicolás.

Al día siguiente, los tres chicos se presentaron en la casa del señor Gómez, listos para trabajar.

- ¡Hola, señor Gómez! - saludó Lucas. - Nos gustaría ayudarlo a limpiar su jardín.

- ¿De verdad? Sería muy amable de su parte - respondió el señor Gómez, visiblemente emocionado.

Así, los tres se pusieron manos a la obra. Rastrillaron hojas, plantaron nuevas flores y hablaron con el señor Gómez, quien compartía historias de su juventud.

- Nunca pensé que me sentiría tan bien al recibir ayuda de unos chicos tan amables - dijo el señor Gómez, con lágrimas en los ojos.

Después de un rato, el jardín estaba reluciente.

- ¡Miren qué hermoso quedó! - exclamó Sofía, admirando su trabajo.

- Gracias por su ayuda, chicos. Estoy seguro de que seguiré usando este jardín para alegrar a todos los que pasan por aquí - dijo el señor Gómez, sonriendo.

Y así, Lucas, Sofía y Nicolás continuaron con sus pequeñas misiones de bondad día a día. Se dieron cuenta de que, al ayudar a los demás, llenaban su corazón de felicidad y aportaban luz al mundo que los rodeaba.

El pueblo de Valle Esperanza nunca olvidaría la amistad y el valor de un simple gesto. Lucas enseñó a todos que con un poco de actitud y muchas ganas se pueden cambiar las cosas, convirtiéndose en ejemplos de alegría y compasión en su comunidad.

FIN.

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