El corredor y la máquina
En una ciudad futurista y automatizada, donde los edificios brillaban como espejos y las carreteras estaban desiertas, un hombre llamado Leo decidió salir de su casa. Había escuchado rumores sobre la belleza del mundo exterior y la curiosidad lo impulsaba a escapar de su encierro. Sin embargo, en esa ciudad, salir era un crimen.
Mientras corría, sintió que su corazón latía con fuerza, pero estaba decidido. De repente, una máquina gigante apareció ante él, emitiendo sonidos fuertes y mecánicos.
"Detenerse!" - gritó la máquina con una voz profunda.
Leo se detuvo un instante, su mente llena de miedo.
"Soy solo un hombre curioso... quiero conocer el mundo fuera de estas cuatro paredes" - contestó Leo, tratando de que su voz no temblara.
"Salir es prohibido. Los que son encontrados culpables serán juzgados y ejecutados" - respondió la máquina, comenzando a avanzar hacia él.
Leo miró alrededor y vio una puerta entreabierta. Sin pensarlo, corrió hacia ella. Entró en un oscuro callejón lleno de arte reciclado y luces parpadeantes. Ahí conoció a una pequeña niña llamada Ana, que estaba dibujando en el suelo con colores vibrantes.
"¿Por qué estás aquí?" - preguntó Ana, sin mirar hacia arriba.
"He salido a conocer el mundo, pero ahora la máquina me persigue" - se quejó Leo.
"No debes tener miedo. A veces la curiosidad es más fuerte que el miedo. Yo salgo aquí todos los días. Traigo colores a la ciudad. ¿Quieres intentarlo?" - dijo la niña con una sonrisa.
Sintió que la valentía comenzaba a brotar en él, así que decidió ayudarla.
Pasaron la tarde juntos, decorando el callejón. La máquina continuaba su búsqueda, pero no se atrevían a salir a la superficie. Mientras Leo dibujaba, se dio cuenta de que había algo más importante que escapar: se trataba de expresar y compartir sus pensamientos. Luego de varias horas, la máquina volvió a aparecer en la entrada del callejón.
"¡Leo!" - la máquina lo llamó.
"No te escucho, máquina. ¡Mira lo que hemos creado!" - gritaron Ana y Leo juntos. A la máquina no le gustó pero, por un momento, dudó al ver los colores vivos que alegraban el callejón.
"Los humanos no deben salir. Eso está prohibido" - insistió.
"¡Pero mira cómo transformamos este lugar!" - exclamó Ana, mientras señalaba el arte. "Ni siquiera tienes colores. ¿Cómo entiendes la belleza?"
La máquina se quedó en silencio. Leo sintió que su corazón latía más fuerte que antes, no por el miedo, sino por la esperanza. Había algo en su audacia y en la creatividad de Ana que comenzaba a cuestionar lo que siempre había creído.
Finalmente, la máquina se acercó lentamente y preguntó con curiosidad:
"¿Qué es lo que están haciendo?"
"Estamos creando, estamos mostrando que la vida puede ser bella y diferente. La curiosidad nos lleva a explorar y aprender" - explicó Leo.
La máquina observó el arte por un tiempo y luego se retiró lentamente. Leo y Ana se miraron, sorprendidos por el resultado de su valentía.
"¿Crees que lo logramos?" - preguntó Leo.
"Tal vez, pero esto recién empieza. No hay que rendirse. Si podemos rebosar de colores en un lugar gris, también podemos hacerlo en el mundo entero" - respondió Ana, sonriendo.
Así, Leo decidió que no se rendiría. Siguió creando junto a Ana, y poco a poco, más personas comenzaron a unirse. La ciudad, que alguna vez fue desolada, empezó a convertirse en un lugar lleno de vida y colores, un símbolo de valentía y creatividad. La máquina, cuya misión era mantener el control, se encontró frente a una revolución pacífica que desafiaba su forma de pensar.
Aunque el final de la historia estaba abierto, Leo comprendió que la verdadera libertad no era solo salir a la calle, sino ser lo suficientemente valiente para crear y cuestionar. Y así, la aventura apenas comenzaba.
FIN.