El Cristal de la Generosidad
En una lejana nación, donde todo estaba hecho de cristal brillante, vivían un rey ambicioso llamado Rey Arcano y su hija, la Princesa Clara. Los cristales de la nación mantenían todo cálido y luminoso, y eran la fuente de vida y alegría para todos sus habitantes. Sin embargo, el rey creía que si compartía los cristales, se quedaría sin ellos y su reino se vería empobrecido.
Un día, mientras paseaban por el mercado, se encontraron con una anciana de cabello plateado y ojos sabios. Ella, con voz temblorosa, se acercó al rey:
"Su Majestad, por favor, ¿podría darme un pequeño cristal? Mi hogar es frío y no tengo manera de mantener el calor."
El rey, mirando a la anciana con desdén, respondió:
"No, anciana. Si doy un cristal, quizás luego me pidas más, y no puedo permitir eso. Debo cuidar de mi reino."
La anciana lo miró con tristeza y dijo:
"Rey Arcano, los cristales no son solo para ti. Si no compartís, el calor del amor y la generosidad se perderán en este lugar."
Pero el rey desestimó sus palabras y continuó su camino, mientras la anciana se alejaba con el corazón roto.
Días después, mientras la princesa Clara jugaba en el jardín de cristal, escuchó a su padre hablar con un grupo de consejeros. Estaban discutiendo sobre cómo mantener el poder y cómo asegurar que nunca se le diera un cristal a la gente.
Intrigada, Clara se acercó y preguntó:
"¿Por qué, padre, no podemos compartir los cristales con los demás? Mira cómo los ojos de la anciana se llenaron de tristeza."
El rey, frunciendo el ceño, respondió:
"Hija, si compartimos, nos quedaremos sin nada. La avaricia es lo que mantiene este reino fuerte."
Pero Clara, pensando en la anciana, sintió que había algo equivocado en esa forma de pensar. Así que decidió hacer algo al respecto. Esa noche, mientras todos dormían, Clara salió sigilosamente del castillo y fue en busca de la anciana.
Después de buscar por un tiempo, la encontró sentada sola en su casa de cristal cansado. Al verlo, Clara sonrió y le habló:
"Hola, anciana. Soy la Princesa Clara. Quiero que sepas que logré recoger algunos cristales. ¿Puedo dártelos?"
La anciana miró a Clara con sorpresa.
"Oh, querida princesa, ¿de verdad harías eso?".
"Sí, creo que es hora de que aprendamos a compartir el calor."
Juntas, colocaron los cristales en el hogar de la anciana, llenándola de luz y calor. La anciana sonrió y le dio un abrazo a Clara.
"Eres una niña muy generosa. Sabes que al dar, también se recibe, ¿verdad?"
Al regresar al castillo, Clara decidió que debía hablar con su padre. Le contó lo que había hecho y cómo había visto brillar la felicidad en los ojos de la anciana al recibir un poco de calor.
El rey, enojado inicialmente, comenzaron a reflexionar:
"¿Entonces, mi hija, crees que compartir no nos haría más pobres?"
Clara contestó con firmeza:
"Lo creo, padre. Lo que damos crece. Desde ese día, los cristales no solo son riquezas, sino también son la alegría de dar."
Con el tiempo, el rey cambió su perspectiva. Al principio, compartió algunos cristales con la anciana y otros en la aldea. Pronto, la felicidad y el calor se difundieron por toda la nación de cristal. El rey se dio cuenta de que al compartir, su reino se iluminó incluso más que antes.
La ambición del rey Arcano se reemplazó por el amor que sintió al ver la alegría en su pueblo. La Princesa Clara había aprendido que un corazón generoso podía hacer maravillas, y juntos construyeron un reino donde el calor y el amor fueron siempre compartidos.
FIN.