El Cronista Real de Mateo
Había una vez en un reino lejano, una princesa que nunca sonreía.
El rey, preocupado por la tristeza de su hija, decidió hacer un anuncio en todo el reino: "El primero que logre hacer reír a la princesa podrá pedir lo que desee como recompensa". Muchos jóvenes valientes intentaron hacerla reír con chistes, malabares y trucos divertidos, pero nada parecía funcionar. La princesa permanecía impasible ante todos los intentos.
Un día, mientras la princesa paseaba por los jardines del castillo, un chico llamado Mateo pasaba cerca del castillo persiguiendo a su cabra traviesa llamada Luna. La cabra había escapado y Mateo estaba desesperado tratando de atraparla.
Al ver a la princesa tan seria y triste, Mateo decidió intentar algo diferente para animarla. Sin darse cuenta de la competencia que se llevaba a cabo en el castillo, comenzó a hacer piruetas y payasadas para hacer reír a la princesa.
La princesa al principio se sorprendió por las acrobacias del joven y luego soltó una tímida risita. El rostro de la princesa se iluminó con una sonrisa genuina que nadie había visto antes. El rey quedó asombrado al presenciar este milagro y cumplió su promesa.
Se acercó al joven Mateo y le preguntó qué deseaba como premio por haber hecho reír a la princesa.
Mateo pensó por un momento y luego dijo: "Su Majestad, me gustaría tener un lápiz y pergamin para poder escribir historias y dibujar mis aventuras". El rey quedó impresionado por la humildad del joven y ordenó traerle lo que pidió. A partir de ese día, Mateo se convirtió en el cronista real del reino.
Escribía cuentos maravillosos e ilustraba sus propias aventuras con Luna en los pergaminos que le regaló el rey. La historia de cómo un chico común logró sacar una sonrisa a la princesa más seria se convirtió en leyenda en todo el reino.
Y desde entonces, cada vez que alguien necesitaba alegría o inspiración, recurrían a las historias escritas por Mateo, el joven soñador que conquistó el corazón de todos con su ingenio y creatividad.
Y así, gracias a la valentía y bondad de un chico llamado Mateo, tanto la princesa como todo el pueblo aprendieron una gran lección: que no hay obstáculo tan grande que no pueda ser superado con amor, alegría y creatividad.
FIN.