El cuaderno perdido
En un pequeño pueblo llamado Rincón Alegre, vivía un niño llamado Tomás. Este niño era conocido por ser un poco olvidadizo. Siempre perdía sus cosas: la gorra, el almuerzo, incluso sus zapatos en ocasiones.
Un día soleado, mientras caminaba hacia la escuela, Tomás se dio cuenta de que su mochila estaba más liviana de lo habitual. "¡Ay, no!" - exclamó, tocándose la frente. "¡Olvidé mi cuaderno de tarea en casa!" - Y con un suspiro de frustración, decidió que ya era demasiado tarde para volver. No quería llegar tarde a clase y perderse como siempre el recreo.
Al llegar a la escuela, su maestra, la señorita Miranda, notó que Tomás no tenía su cuaderno. "Tomás, ¿dónde está la tarea que debías entregar hoy?" - preguntó.
"Ehh... se me quedó en casa. No puedo entregarla" - contestó Tomás, un poco avergonzado.
La señorita Miranda, con una mirada comprensiva, le dijo: "Tomás, es importante ser responsable con nuestras cosas y con nuestras tareas. ¿Por qué no aprovechas el recreo para ponerte al día?" -
"Sí, señora, lo intentaré" - respondió Tomás con una mezcla de predilección y penuria.
Durante el recreo, sus amigos, Ana y Lucas, lo invitaron a jugar al fútbol. "¡Vamos, Tomás! No seas aburrido, ven a jugar" - le dijo Lucas entusiasmado.
"Me encantaría, pero tengo que terminar la tarea primero" - replicó Tomás. Así que, con una determinación que nunca había sentido antes, tomó su lápiz y comenzó a hacer su tarea en un papel que le había prestado Ana.
Mientras escribía, Tomás se dio cuenta de que no solo estaba cumpliendo con su responsabilidad, sino que también estaba aprendiendo algo nuevo. Al final del recreo, logró terminar la tarea y corre hacia la maestra. "¡Aquí está, señorita Miranda!" - dijo emocionado y orgulloso.
"¡Excelente, Tomás! Has demostrado que con esfuerzo y responsabilidad se pueden lograr grandes cosas. Estoy muy orgullosa de ti" - le respondió la señorita Miranda con una gran sonrisa.
Tomás se sintió en la gloria. A partir de ese día, decidió que no quería volver a olvidarse de sus cosas. Empezó a hacer una lista de verificación todas las mañanas antes de salir de casa. "No más cuadernos olvidados, ni almuerzos perdidos" - se repetía cada día.
Sin embargo, la historia no terminó ahí. Unos días después, mientras jugaban en la hora de educación física, se dio cuenta de que Ana no podía encontrar su mochila. "No puedo creerlo, ¡perdí mi mochila!" - exclamó Ana con lágrimas en sus ojos.
"Tranquila, Ana. Vamos a buscarla juntos" - le dijo Tomás decidido. Juntos, comenzaron a preguntar a sus compañeros de clase y a los profesores si alguien había visto la mochila. Después de un rato de búsqueda, ellos la encontraron detrás del árbol más grande del patio, olvidada y cubierta de hojas.
"¡Gracias, Tomás! No sé qué haría sin vos" - dijo Ana con alivio.
"No hay de qué, Ana. Siempre es bueno ayudar a un amigo. Recuerda, todos somos responsables de cuidar nuestras cosas, pero también de ayudarnos entre nosotros" - le sonrió Tomás.
Así fue como desde aquel día, Tomás no solo se volvió más responsable consigo mismo, sino que también aprendió que la responsabilidad también incluye ayudar a los demás. Desde entonces, sus amigos siempre lo llamaban para hacer la tarea juntos porque sabía cómo hacer las cosas a tiempo y, además, siempre estaba dispuesto a prestar una mano cuando lo necesitaban.
Y así, en el pueblo de Rincón Alegre, todos aprendieron que ser responsable no solo significaba cuidar de uno mismo, sino también de los demás. Tomás se convirtió en un gran ejemplo para sus compañeros y por primera vez sintió el poder de la responsabilidad.
Fin.
FIN.