El Cuarteto Imparable



Era una mañana soleada en la escuela primaria de Villa Esperanza. Los alumnos ya estaban en sus clases, pero en el recreo se desataba un torbellino de risas, gritos y, sobre todo, mucho ruido alrededor de cuatro chicos: Manuel, Esteban, Santiago y Antonio. Estos cuatro amigos eran muy enérgicos, pero también un poco problemáticos. Les encantaba jugar al fútbol, pero lo hacían de una manera que a veces asustaba a sus compañeros.

Un día, mientras el resto de los alumnos disfrutaba de un tranquilo juego en el patio, Manuel gritó con entusiasmo.

- ¡Vamos a jugar al fútbol a lo grande! - exclamó, empujando a sus amigos a correrse muy cerca de donde jugaban otros niños.

- ¡Sí, pero con fuerza! - agregó Esteban, mientras lanzaba el balón hacia Santiago, que a su vez se lo pasaba a Antonio. De repente, el balón salió volando y golpeó a una niña llamada Lucía en la cabeza.

- ¡Ay! - gritó Lucía, frotándose la cabeza. - ¡No puedo jugar! -

Los cuatro chicos rieron, pensando que era parte del juego, mientras que los otros niños miraban con preocupación. Algunos, como Mateo y Valentina, se alejaron para no ser parte de esa diversión brusca.

- ¿Por qué siempre tienen que jugar así? - murmuró Valentina, con tristeza. - Siempre nos incomodan.

- ¡Sí! - dijo Mateo, con su voz temblorosa. - Me siento mal cuando ellos vienen y empiezan a gritar y a jugar a lo brusco.

Pasaron los días y los tempsramentos de Manuel, Esteban, Santiago y Antonio no mejoraron. Un día, el profesor les pidió que se quedaran después de clase.

- chicos, necesito hablar con ustedes - dijo el profesor, mientras todos se sentaban en círculo. - He notado que no están respetando a sus compañeros. El juego brusco no es saludable. Ellos merecen tener un espacio para jugar tranquilos.

Los chicos se miraron entre sí, confundidos.

- Pero a nosotros nos divierte, profe - contestó Santiago, mientras cruzaba los brazos.

- Entiendo, pero deben aprender a jugar de una manera donde todos se sientan incluidos y seguros. ¿Qué les parecería si pensaran en otra forma de jugar que no moleste a los demás? - propuso el profesor, intentando guiarlos.

Los cuatro amigos intercambiaron miradas. No estaban muy convencidos, pero de repente, Antonio, siempre el más creativo, tuvo una idea:

- ¿Y si organizamos un torneo de relevos? Así cada uno puede correr a su manera, pero en equipos, y todos pueden participar. ¡Podemos hacer un gran evento en el patio! -

- ¡Buena idea, Antonio! - exclamó Manuel, sonriendo al ver que las demás caras en la clase eran más alegres.

Esa tarde, comenzaron a organizar el torneo. Hicieron carteles y contaron con la ayuda de algunos de sus compañeros que ofrecieron ideas y se ofrecieron a participar. Lo que comenzó como un conflicto se transformó en colaboración.

El día del torneo llegó y, en lugar de gritos bruscos, había risas, animaciones y muchas ganas de divertirse. Los cuatro amigos se aseguraron de que todos jugaran con respeto. Cuando terminó el evento, todos se sentían felices y satisfechos.

- ¡Eso fue muy divertido! - dijo Lucía, riendo junto a Mateo y Valentina.

- Gracias por invitarme a participar - añadió Valentina, reparando su forma de ver a Manuel, Esteban, Santiago y Antonio.

Con el tiempo, los cuatro amigos aprendieron que podían ser enérgicos sin necesidad de herir o asustar a sus compañeros. El juego respetuoso los llevó a ser más queridos y respetados en la escuela.

Desde ese día, el cuarteto imparable se convirtió en un grupo de amigos que incluía a todos y compartía risas, juegos y mucho respeto. Y así, el patio de la escuela se llenó de alegría cuando cada uno podía jugar a su manera, sin molestar al otro.

Y colorín colorado, este cuentito se ha acabado.

FIN.

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