El Cuatro de la Amistad



En un pequeño barrio de Buenos Aires, había un niño llamado Lucas. Lucas era un chico muy especial. A diferencia de sus amigos, él tenía una discapacidad que le dificultaba caminar. Sin embargo, su espíritu era tan grande que nunca dejaba de soñar.

Un día, mientras jugaban en la plaza, sus amigos comenzaron a hablar sobre cómo podrían ir juntos a jugar al fútbol al club. A Lucas le encantaría participar, pero se sentía un poco incómodo al pensar en cómo haría para unirse.

"Chicos, ¿podemos ir todos juntos al club a jugar al fútbol?" - preguntó Lautaro, el más entusiasta del grupo.

"¡Sí! Sería genial!" - respondió Mica, saltando de alegría.

"Pero, ¿qué va a hacer Lucas?" - preguntó Sofía con cierto tono de preocupación.

Lucas, escuchándolos desde un costado, se acercó y les sonrió.

"No se preocupen, chicos. Puedo ser el arquero", - dijo, mirando cómo se emocionaban con la idea. "Las mejores jugadas llegan desde el arco también, ¡y yo tengo la mejor vista desde allí!"

Los amigos se miraron entre ellos.

"¡Es verdad! ¡Lucas tiene razón!" - exclamó Lautaro. "Podes atajar y hacer que el equipo gane. Vamos a conseguir un arco para vos!"

Así fue como se organizaron para ir al club. Pero al llegar, se dieron cuenta de que el arco era muy alto y complicado de alcanzar para Lucas.

"¿Y ahora qué hacemos?" - se preguntó Mica.

Lucas, que a veces se sentía triste, decidió ser valiente y propuso una idea.

"¿Y si conseguimos unas cajas para que me ayuden a estar un poco más alto en el arco?"

Sus amigos, sorprendidos por la ingenuidad de su propuesta, comenzaron a buscar cajas en torno al club. En poco tiempo, encontraron cajones de madera y armados un pequeño arco donde Lucas podría estar.

"¡Ahí está!" - dijo Sofía emocionada. "¡Ahora sí! ¡Vamos a jugar!"

Los chicos comenzaron a jugar al fútbol. Lucas se colocó en el arco y se dedicó a atajar. Con mucho esfuerzo, logró parar varios tiros y hasta los desafiaba con sus gritos de emoción.

"¡Dale! ¡Atrévanse a tirarme!" - gritaba mientras los otros se reían de la diversión;

El balón volaba de un lado a otro, y Lucas se sentía más que feliz. Pero de repente, pasó algo inesperado.

Un grupo de chicos del barrio se acercó y comenzó a reírse de Lucas.

"¿Qué hace ahí el chico en cajas?" - se burlaron.

Lucas, sintiéndose herido por las palabras, se quedó en silencio.

"Vamos, Lucas. No les hagas caso" - le dijo Lautaro.

"Yo estoy aquí para jugar con ustedes, no con ellos" - respondió Lucas, decidido. "Si no me aceptan, es su problema."

Al ver su valentía, los amigos de Lucas se unieron a él.

"¡Eso es!" - gritó Sofía. "¡Lucas es nuestro arquero! ¡Respétenlo!"

Y así, los amigos se pusieron de pie frente al grupo de burlones, mostrando que Lucas era parte fundamental de su equipo.

"No necesitamos su aprobación, ¡somos un equipo y cada uno tiene su lugar!" - dijo Lautaro.

Los burlones, sintiéndose incómodos, decidieron irse. Lucas respiró aliviado al ver el apoyo de sus amigos.

La tarde continuó, y con cada atajada, Lucas se sentía más fuerte. Al final, no solo había jugado un gran partido, sino que también había aprendido una valiosa lección sobre la amistad y el apoyo.

Al regresar a casa, sus amigos lo rodearon con cariño.

"Hoy fuiste el mejor arquero, Lucas. ¡Nada te detiene!" - dijo Mica.

"¡Y siempre estaremos juntos para apoyarte!" - añadió Sofía.

Lucas sonrió, sintiendo que realmente era parte del equipo y, más importante aún, parte de una gran amistad que siempre estaría ahí para apoyarlo, sin importar qué obstáculos enfrentara.

Desde ese día, cada vez que se reunían, Lucas se convertía en el guardián del arco, y sus amigos siempre lo animaban, recordándole que ser diferente es lo que realmente los hacía especiales. ¡Y el fútbol, al final, era solo un juego de amistad y diversión!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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