El Cuento de la Luna y el Campo
Era un día lluvioso en la ciudad de Conce. Un sitio lleno de ruido y de gente apurada. La lluvia caía con fuerza, formando charcos que reflejaban las nubes grises. En un paradero, un niño llamado Leo esperaba ansiosamente su micro para volver a casa. Con su mochila llena de libros y un paraguas roto, miraba al suelo pensando en cómo haría para mantenerse seco.
De pronto, un hombre mayor se acercó. Tenía alrededor de 50 años, un sombrero de campo que apenas lo protegía del agua y una sonrisa amable que iluminaba su rostro.
"Hola, chico. ¿Tendrás una Luca que me prestes? Estoy esperando la micro y no tengo ni un peso" - preguntó el hombre, su voz sonando llena de esperanza.
Leo miró al hombre y, sintiendo su amabilidad, recordó que no tenía más que unos 350 pesos, justos para su propio pasaje.
"Lo siento, señor. Solo tengo suficiente para mí" - respondió Leo, con un tono de tristeza en su voz.
El hombre asintió, pero no se dio por vencido. "No hay problema, pibe. Pero cuéntame: ¿cómo se llama tu perro?" - preguntó el hombre.
"No tengo perro. Pero tengo un pez. Se llama 'Burbujas'" - dijo Leo, sonriendo un poco porque le gustaba hablar de su pez.
El hombre sonrió, y eso hizo que la lluvia pareciera un poco más ligera. "A mí me gustan los perros. Tienen una forma especial de hacerte sentir acompañado" - dijo el hombre, mirando hacia el horizonte.
Mientras hablaban, la lluvia comenzó a amainar y una idea brillante apareció en la cabeza de Leo. "¿Y si compartimos el viaje?" - sugirió Leo. "Podemos tomar la misma micro. Yo estoy esperando la mía y al menos te cubro un poco con el paraguas mientras llega".
El hombre miró a Leo, sorprendido por su generosidad. "Eso sería genial. Tu bondad me hace recordar a los días en el campo, donde todos compartimos lo poco que tenemos".
Fue así como compartieron historias, bajo la lluvia, hasta que la micro llegó. Leo le dijo al conductor que lo dejara ayudar al hombre mayor. Juntos subieron al colectivo.
De repente, Leo notó que alguien había dejado caer una billetera en el suelo. "Señor, ¡mire eso!" - exclamó, señalando el objeto en el suelo. El hombre se agachó, lo recogió y vio que estaba lleno de billetes.
"Esto es un montón de dinero. ¿Qué haremos con esto?" - preguntó el hombre, mirándolo incrédulo.
Leo pensó por un momento. "Deberíamos entregárselo a la próxima persona que veamos en la parada. Puede que lo esté buscando, y se sentirá muy feliz de recuperarlo".
El hombre sonrió, admirando la generosidad y la sabiduría de Leo. Así lo hicieron. Cuando la micro se detuvo, vieron a una mujer apurada que miraba a su alrededor con preocupación.
"Señora, ¿perdió esto?" - dijo el hombre, extendiendo la billetera mientras Leo sonreía orgulloso.
"¡Oh, sí! ¡Gracias! No sé qué haría sin ustedes!" - exclamó la mujer, los ojos llenos de lágrimas de gratitud.
Ya en el recorrido, tanto Leo como el hombre aprendieron que la bondad y la generosidad no solo llenan el corazón de uno, sino que también pueden cambiar el día de otros.
Finalmente, su parada llegó. El hombre se despidió del niño con una sonrisa. "Nunca olvides que siempre podemos ayudar a los demás, aunque pensemos que no tenemos mucho que dar".
"Gracias, señor. Nunca lo olvidaré" - dijo Leo mientras la lluvia comenzaba a parar y el sol asomaba entre las nubes.
Así, Leo aprendió que compartir siempre es mejor, y que, a veces, lo que realmente importa no son los billetes, sino la bondad que llevamos dentro, como un tesoro que nunca se pierde.
FIN.