El Cuento de la Princesa Karlita



Había una vez, en un reino muy lejano, una princesa muy hermosa llamada Karlita. Su cabello rubio, largo y colocho brillaba bajo el sol, pero su verdadero encanto no residía solo en su apariencia, sino en su corazón lleno de amor, bondad y ternura.

Karlita vivía en un espectacular castillo rodeado de hermosos jardines llenos de flores. A pesar de su estatus, la princesa siempre se preocupaba por los demás. Todos los días, ella paseaba por el pueblo ayudando a quienes lo necesitaban. Desde recoger frutas para los ancianos hasta jugar con los niños, siempre encontraba una forma de hacer felices a los demás.

Un día, mientras caminaba por el bosque, Karlita escuchó un llanto. Intrigada, se acercó y encontró a un pequeño dragón atrapado entre unas ramas.

"¡Ayuda! ¡No puedo salir!" – lloraba el dragón angustiado.

"No te preocupes, pequeño. Voy a ayudarte" – respondió Karlita con una sonrisa. Con cuidado, comenzó a despejar las ramas que lo atrapaban.

Cuando el dragón logró liberarse, estaba tan agradecido que exclamó:

"¡Gracias, dulce princesa! Soy Darío, el dragón del bosque. Te debo mi libertad."

"¡De nada, Darío! Me alegra poder ayudarte. ¿Vives aquí solo?" – preguntó Karlita.

"Sí, aunque no por elección. Todos le temen a los dragones. Nunca me han dado una oportunidad" – dijo Darío con tristeza.

Karlita decidió que era hora de mostrarle al pueblo que Darío no era un dragón malo. Así que, al volver al castillo, tuvo una brillante idea.

"¡Voy a organizar una fiesta en el pueblo y te llevaré! La gente podrá conocerte y verá que eres un buen dragón." – dijo emocionada.

Darío, un poco nervioso, aceptó. Juntos comenzaron los preparativos. Hicieron decoraciones coloridas y prepararon deliciosas comidas. Finalmente, llegó el gran día. Karlita fue al pueblo y anunció:

"¡Queridos habitantes! Estoy organizando una fiesta muy especial. He traído a un amigo que es un dragón, pero les prometo que es bueno. ¡Vengan a conocerlo!"

La gente murmuró, mirando con temor. Pero la bondad de Karlita era contagiosa. Con el tiempo, comenzaron a llegar al castillo.

Cuando Darío apareció, hubo un silencio general. La gente tenía miedo, pero luego recordó la sonrisa de Karlita. Entonces, ella le dijo a Darío:

"¡Saludá a todos, Darío!"

"Hola, amigos. Soy Darío, y solo quiero ser su amigo también" – dijo el dragón con voz temblorosa.

Con el tiempo, la gente se dio cuenta de que Darío no era una amenaza sino un ser amistoso. Los niños comenzaron a acercarse y a jugar con él, y el miedo se convirtió en risas y alegría.

"¡Es muy divertido!" – gritaban los chicos, mientras Darío los llevaba en su espalda.

"¡Ves! ¡No es tan terrible!" – dijo Karlita riendo con alegría.

Sin embargo, no todo fue fácil. Un anciano resentido, el Señor Gruñón, se acercó a la princesa y le dijo:

"No deberías confiar en un dragón. Nunca olvides que son criaturas peligrosas".

"Pero mi corazón dice lo contrario. Darío es amable y solo necesita un poco de amor. Todos merecemos una oportunidad" – replicó Karlita, defendiendo a su amigo.

El tiempo pasó y el pueblo aprendió a amar a Darío. En agradecimiento, él ayudó a los granjeros a cultivar la tierra. Gracias a su aliento mágico, los cultivos crecieron más fuertes y saludables. El pueblo prosperó, y Darío se convirtió en un héroe local.

Un día, el Señor Gruñón se acercó a Karlita y, con una voz temblorosa, le dijo:

"Mis disculpas, hablé sin pensar. Ahora veo que no todos los dragones son malos, y he aprendido a aceptar tu amigo".

"Gracias por abrir tu corazón, Señor Gruñón. Es lo que todos deberíamos hacer" – respondió Karlita con sinceridad.

La princesa Karlita y Darío se hicieron inseparables. Juntos, viajaron por todo el reino, llevando amor y alegría a cada rincón. La princesa aprendió que la verdadera belleza viene de la bondad y que incluso aquellos que parecen diferentes pueden ser grandes amigos.

Y así, el reino floreció en amor, amistad y aceptación. Y de ese día en adelante, cada vez que se hablaba de dragones, la gente sonreía y decía:

"¡Son amigos, no monstruos!". El castillo y el pueblo vivieron felices por siempre.

Fin.

FIN.

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