El Cuento de los Colores Perdidos



En un pequeño pueblo llamado Colortown, los colores habían comenzado a desvanecerse. Las flores eran sólo sombras de su esplendor y el cielo parecía haber olvidado su azul brillante. Los habitantes, conocidos por ser alegres y creativos, estaban profundamente preocupados. En el corazón del pueblo vivía un joven llamado Fruición, un artista talentoso pero un poco distraído, que tenía la habilidad de dibujar y pintar con toda su imaginación. Sin embargo, había un problema: apenas cuidaba de sus obras y a menudo escatimaba en los materiales.

Una mañana, Fruición decidió salir a buscar inspiración. Se encontraba en sus pensamientos, cuando se topó con su amiga Palaciega, una sabia tortuga que siempre vistió colores brillantes y era la voz de la razón en la comunidad.

- ¡Fruición! - exclamó Palaciega, acicalándose las patas, - ¿Viste cómo se ven las flores hoy? ¡Están tan apagadas!

- Sí, parece que los colores se han ido - respondió Fruición, un poco mohino. - Pero no sé qué hacer.

Palaciega sonrió de manera rimbombante.

- ¡Vamos a buscar los colores perdidos! A veces, la solución está más cerca de lo que pensamos.

Fruición asintió, emocionado, y juntos se pusieron en marcha. Sin embargo, en el camino se encontraron con un grupo de seres grises que, aunque en un principio parecían mendaces, decidieron acercarse. Eran los Grises de Vacuidad, quienes decían que habían perdido su brillo y que había que tener cuidado con el uso de los colores.

- ¡Así está bien! - dijo uno de ellos. - No hay necesidad de la alegría y el color. Lo mejor es ser inverecundo y vivir en la monotonía.

- Pero eso no es verdad - interrumpió Palaciega con fuerza. - La vida sin colores no tiene sentido.

Los Grises comenzaron a murmurar, y en vez de escuchar, su vocinglerio se hizo ensordecedor. Cansado de la discusión, Fruición sintió que la energía se le escurría.

- Por favor, dejemos esto. No quiero más conflictos - dijo, claramente enervado.

En ese momento, una pequeña mariposa llamada Morbidez se acercó volando:

- Chicos, no hay que desanimarse. Yo he visto los colores bailando en el bosque encantado.

- ¿En serio? - preguntó Fruición, con la chispa de la esperanza en sus ojos.

- Sí, pero hay que ir con amor y sin lascivia. Los colores responden a las energías del corazón. Vamos, yo les guiaré - dijo Morbidez.

Fruición y Palaciega se juntaron a Morbidez y se dirigieron al bosque. Sin embargo, cuando llegaron a la entrada, lo hallaron custodiado por un monstruo de ojos enormes y cuernos retorcidos. Era el temido Dipsómano, el guardián de los colores.

- ¡¿Quién se atreve a entrar? ! - bramó Dipsómano, con voz profunda y desafiante.

- Venimos a buscar los colores perdidos - contestó Palaciega. - Creemos que son necesarios para que nuestro pueblo sea feliz.

Dipsómano sonrió con desprecio.

- ¡Nadie entra sin haber pasado mi prueba!

Los tres amigos se miraron entre sí, nerviosos, pero Fruición, decidido a ayudar a su pueblo, se adelantó.

- ¡Estamos listos! ¿Cuál es la prueba? - preguntó con valentía.

- Necesito que cada uno de ustedes demuestre algo proficuo, algo que traiga alegría a los demás - dijo el monstruo.

Fruición cerró los ojos y comenzó a dibujar en el suelo un arcoíris lleno de colores; Palaciega, convenciendo al monstruo de su sabiduría, ofreció compartir historias y Morbidez, con sus alas brillantes, danzó entre ellos.

Dipsómano observó, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una sonrisa sincera asomarse en su rostro.

- ¡Está bien! Los colores son para compartir, no para guardar. ¡Pasen! - dijo mientras se apartaba.

Al ingresar al bosque, un espectáculo de colores vibrantes y sonidos musicales los recibió. Las flores resplandecían de felicidad, el cielo estallaba en matices, y los tres amigos se unieron a la celebración que los colores traían consigo.

- Ahora sé que los colores están en todos nosotros. - dijo Fruición, sintiéndose más seguro.

- Así es - añadió Palaciega. - Cada uno de nosotros tiene un color especial que aportar.

Regresaron a Colortown con una bolsa llena de colores brillantes y la promesa de jamás escatimar en amor y alegría. Dipsómano, ahora convertido en un amigo más, se unió a ellos y desde entonces, los habitantes de Colortown recordaron que el color más importante es el que llevamos dentro.

FIN.

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