El Cuervo Sabio y el León Gruñón



En una lejana selva llena de música y colores, donde los árboles eran altos como torres y los ríos cantaban al correr, vivía un cuervo llamado Cucho. Cucho era diferente a los otros cuervos: siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y encontraba alegría en lo sencillo. Cada día volaba por la selva, compartiendo consejos y sonrisas con sus amigos.

Un día, mientras Cucho buscaba algo rico para picotear, escuchó un fuerte rugido que retumbó entre los árboles. Con curiosidad, se acercó al sonido y se encontró con un impresionante león de melena dorada, llamado Leónidas. Leónidas era conocido por ser el rey de la selva, pero también por su carácter amargo y gruñón.

"¡Quítate de mi camino, cuervito!" - rugió Leónidas tan fuerte que las hojas temblaron.

Cucho, sin asustarse, le respondió con dulzura:

"Hola, Leónidas. Me parece que hoy no estás de buen humor. ¿Qué te pasa?"

Leónidas frunció el ceño y dijo:

"Me molestan todos, ni siquiera puedo descansar tranquilo. Nadie es digno de respeto aquí en la selva."

El cuervo, con un brillo en sus ojos, se le acercó y le dijo:

"Quizás, lo que necesites no sea más respeto, sino un poco más de alegría. ¿Te gustaría escuchar una historia?"

Leónidas, intrigado, asintió, aunque de mala gana. Cucho comenzó a contarle sobre un pequeño pez que buscó ayuda de un delfín para escapar de una red. El pez, al ver cómo ayudaban a otros, decidió también ayudar a sus amigos, y al final, aprendió que la felicidad viene de dar y no solo de recibir.

"Mirá, Leónidas. El pez encontró su propósito ayudando a otros, y eso lo hizo feliz. ¿No crees que la amargura te aleja de las cosas hermosas de la vida?" - comentó el cuervo.

Leónidas pensó en lo que había dicho Cucho y, aunque no le gustaba admitirlo, sentía que el cuervo tenía razón. Entonces murmuró:

"No necesito ayuda de un cuervo para aprender eso..."

Cucho, siempre generoso y amable, le sonrió y sugirió:

"¡Hagamos un trato! Te enseñaré cómo ser menos gruñón y a cambio, podrías mostrarme los mejores lugares para descansar en la selva, así pasamos un buen rato juntos."

Leónidas aceptó de mala gana, deseando probar algo diferente. Así comenzaron a caminar juntos por la selva. En el camino, Cucho le hizo pequeñas lecciones diarios: como sonreír a los demás, compartir lo que tenía, y escuchar en lugar de rugir.

"Ves, no es tan difícil, Leónidas. Cada vez que sonríes, la selva se siente más alegre y tú también." - le decía Cucho mientras el rey león miraba con recelo pero también con curiosidad.

Sin embargo, un día, se encontraron con un grupo de animales que estaban asustados porque un cazador había llegado a la selva. Leónidas sintió que su instinto protector lo llamaba, pero en lugar de asustar a los demás, recordó lo que había aprendido de Cucho.

"Escuchen, amigos. Debemos unirnos y encontrar un escondite seguro en la cueva de la montaña. ¡Yo seré el primero, confíen en mí!" - les dijo.

Los animales, sorprendidos, lo miraron y empezaron a seguir su ejemplo. Cucho voló a su lado, alentando a los demás:

"¡Eso es, Leónidas! Eres un líder, y tu nobleza los protegerá."

Cuando todo pasó y el cazador se alej ó, los animales celebraron la valentía de Leónidas. Finalmente, él se dio cuenta de algo muy importante.

"Gracias, Cuervo. No sabía que podía ser feliz y ayudar a otros al mismo tiempo. Ahora entiendo que ser un buen rey significa cuidar y proteger a mi familia y amigos" - dijo con una sonrisa genuina.

Cucho sonrió y, al volar al lado del león, entendió que había criado una amistad con quien, al principio, parecía ser su opuesto.

Desde aquel día, Leónidas se volvió el rey más querido de la selva. Junto a su amigo Cucho, aprendió que la amabilidad, la alegría y la colaboración eran las verdaderas fuerzas que mantenían unida a la comunidad.

Y así, el cuervo y el león vivieron numerosas aventuras juntos, enseñándose el valor de la amistad y la naturaleza.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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