El cumpleaños de la abuela



Era una hermosa mañana en el pequeño pueblo donde vivía la abuela Rosa. Este año, estaba de cumpleaños y sus tres nietos, Mila de Misiones, Joaquín de Buenos Aires y Sofía de Mendoza, habían hecho planes especiales para celebrarlo.

Cada uno había viajado desde muy lejos. Mila, con su espíritu alegre, trajo una canasta llena de deliciosas tortas de yerba mate. Al abrir la puerta, exclamó:

"¡Hola, abuela! ¡Te traje algo rico desde la selva!"

La abuela sonrió al ver a su nieta, y juntos se pusieron a disfrutar de las tortas mientras escuchaban el sonido de un sapo cururú de fondo, típico de su región.

Joaquín llegó poco después, con su guitarra y una sonrisa traviesa. Mientras abrazaba a la abuela, sacó su guitarra y dijo:

"¡Abuela, te traje un poco de mi ciudad! Voy a tocar un tango que te va a hacer bailar".

Y así, comenzó a tocar una melódica pieza de tango que llenó la habitación de nostalgia. La abuela se levantó y comenzó a mover sus pies, recordando los días de su juventud cuando bailaba en los milongas de Buenos Aires.

Por último, Sofía apareció con una botella de vino y algunas empanadas. Con una voz melodiosa, dijo:

"¡Feliz cumpleaños, abuela! Desde Mendoza trajimos lo mejor del vino y unas empanadas que no vas a olvidar".

Los tres nietos se miraron emocionados. Había una alegría en el aire que era contagiosa.

Decidieron hacer una celebración intercultural. Mila sugirió:

"¿Y si mezclamos nuestras músicas y comidas?".

La abuela, encantada, les dio su aprobación y así empezaron a preparar un almuerzo que incluiría un poco de todo: tortas de yerba mate, empanadas mendocinas y un gran plato de milanesa de Joaquín. Invirtieron horas cocinando y en el proceso, escuchaban el sonido del acordeón, entrelazando el chamamé con el tango y la música cuyana.

Cuando estuvo todo listo, se sentaron a la mesa y brindaron. La abuela levantó su copa y dijo:

"¡A la familia! Que aunque venimos de lugares diferentes, hoy estamos unidos en esta mesa!".

Todos respondieron al unísono:

"¡Salud!".

De repente, la puerta volvió a abrirse. Era el vecino, Don Alberto, quien no pudo resistir la música que salía de la casa. Las risas y los bailes comenzaron a invadir la sala. Don Alberto entró y se unió al festejo, trayendo consigo una bolsa llena de viandas.

"Traje un poco de mi asado, no podía dejar de celebrar este cumpleaños tan especial".

La abuela miró a sus nietos llena de emoción.

"¡Miren! Con cada persona que se une a nuestra fiesta, esto se vuelve más especial. ¡El amor no tiene fronteras!".

Con el paso de la tarde, los ritmos se fueron entrelazando. Mila y Joaquín bailaban el tango, luego Sofía se unía con pasos de folclore cuyano, mientras Don Alberto tocaba un poco de guitarra. Era un verdadero baile de culturas, uniendo las raíces de cada uno en un solo acorde.

La terraza se llenó de risas y melodías, el sol empezaba a esconderse, y lo que había comenzado como un simple cumpleaños, se había convertido en la celebración de la diversidad argentina. Antes de despedirse, la abuela les dijo:

"Nunca olviden que cada uno de ustedes trae una parte de su tierra. Y eso es lo que nos hace únicos y especiales".

Los nietos sonrieron y prometieron que cada año, el cumpleaños de la abuela sería una celebración aún más grande, donde la música, la comida y el amor se mezclarían en una hermosa danza de interculturalidad.

Esa noche, mientras la abuela miraba las estrellas, se dio cuenta de que su cumpleaños no solo había sido un día especial, sino un regalo de unión que resonaría en sus corazones para siempre.

FIN.

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