El cumpleaños del tío Juan
Era una noche espléndida, llena de luces y risas. La casa de mi tío Juan estaba decorada con globos de colores y una gran pancarta que decía "¡Feliz Cumpleaños!". Todos estábamos felices, disfrutando de los juegos y el baile. Yo, como siempre, había llegado tempranito para ayudar con los preparativos.
"¡Mirá esos globos, parece que vuelan más alto que yo!" - exclamó mi primo Lucas, saltando para tocarlos.
"¡Es porque sos más bajito!" - le respondí entre risas.
Mientras la noche avanzaba, la música y las risas se mezclaban con el aroma de la comida y los pasteles. Sin embargo, cuando la gente empezó a brindar con copas de refresco y, en algunos casos, con bebidas que no eran tan refrescantes, la atmósfera comenzó a cambiar.
"¡Un brindis por el tío Juan!" - gritaron mis primos, levantando sus copas.
"¡Feliz cumpleaños!" - respondimos todos a coro.
A medida que la fiesta progresaba, algunos comenzaron a reirse más fuerte y a hablar más rápido. En un momento, mi primo Pedro, que ya había tomado un poco de más, empezó a discutir con mi hermana Clara.
"¡No es justo que siempre elijas el juego!" - decía Pedro.
"Pero siempre lo hacemos así, Pedro. ¡No hay problema!" - contestó Clara, tratando de mantener la calma.
La tensión creció, y mi tío Juan, viendo que la noche se iba torciendo, decidió intervenir.
"Chicos, por favor, esta es una fiesta, ¡disfrutemos juntos!" - dijo, levantando su voz.
Pero a pesar de sus palabras, el ambiente se sentía un poco frío. Estaba claro que necesitábamos hacer algo para que la alegría volviera.
"¿Qué tal si hacemos un juego?" - propuse yo, buscando recuperar el ánimo.
"¡Sí! ¡Eso suena divertido!" - dijo mi prima Sofía, entusiasmada.
Entonces, decidimos jugar a un juego en el que todos debían pasar una pelota de un lado a otro mientras contaban historias divertidas sobre el cumpleañero. La risa y los recuerdos comenzaron a fluir, haciendo que las disputas se desvanecieran.
"¡Yo recuerdo cuando Juan se cayó de la bicicleta y aterrizó en un arbusto!" - contó mi abuelo, a lo que todos nos reímos.
"¡Y aún le quedan espinas de ese día!" - añadió mi tío.
Pronto, las tensiones se disiparon y la música volvió a llenar la casa. Pero no solo eso; todos aprendimos algo importante esa noche: la diversión y el amor siempre ganarán cuando trabajamos juntos y dejamos de lado las pequeñas peleas.
"La familia es lo más importante, y nunca debemos olvidarlo por un malentendido" - dijo mi tío Juan, sonriendo mientras apagaba las velas de su pastel.
Así, con el corazón contento y las risas resonando en nuestro hogar, dimos las gracias por tenernos los unos a los otros, celebrando no solo un cumpleaños, sino el lazo que nos unía.
FIN.