El debate de la honestidad
Era un día soleado en la escuela y los estudiantes de tercer grado estaban sentados en sus pupitres, ansiosos por aprender. Pero algo extraño estaba sucediendo, todos parecían estar discutiendo acaloradamente. - ¡No es justo! - gritaba Martín.
- ¡Pero si tú siempre haces trampa! - respondía Ana. - ¡Yo no hago trampa! - exclamó Martín. La maestra, la Sra. González, intentó calmarlos pero parecía que nada funcionaba.
Los demás estudiantes se sentían incómodos con la situación y algunos comenzaron a ponerse del lado de uno u otro compañero. Fue entonces cuando llegó el director de la escuela, el Sr. Rodríguez. Al ver lo que estaba sucediendo decidió intervenir.
- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó el director con voz firme. Los estudiantes se quedaron callados y bajaron sus cabezas avergonzados. La Sra.
González explicó al director lo que había estado sucediendo y él decidió tomar una medida drástica: organizar un debate entre los estudiantes para resolver sus diferencias. Los niños estaban emocionados ante la idea de tener un debate oficial en su salón de clases y comenzaron a prepararse para ello.
Durante varios días investigaron sobre el tema en cuestión: ¿Es justo hacer trampa? Finalmente llegó el día del gran debate, todos estaban nerviosos pero emocionados por mostrar sus argumentos frente a sus compañeros y maestros.
El primero en hablar fue Martín:- Yo creo que hacer trampa no es justo porque es engañar a las personas para obtener algo sin esfuerzo. - Pero a veces es difícil hacer las cosas bien y necesitamos ayuda - respondió Ana.
- Pero eso no justifica hacer trampa, porque al final del día lo que importa es haber hecho las cosas correctamente - dijo Martín con seguridad. La discusión se volvió cada vez más interesante y los demás estudiantes comenzaron a dar sus opiniones.
Algunos estaban de acuerdo con Martín, mientras que otros defendían el punto de vista de Ana. Finalmente, después de mucho debatir, llegaron a una conclusión: hacer trampa no es justo y siempre debemos esforzarnos por hacer las cosas bien.
Además, si necesitamos ayuda podemos pedirla sin tener que recurrir a la deshonestidad. Los estudiantes se sintieron orgullosos de sí mismos por haber resuelto su conflicto mediante el diálogo y la reflexión. A partir de ese momento aprendieron la importancia del trabajo duro y la honestidad en sus vidas.
Y así fue como esa clase se convirtió en un ejemplo para toda la escuela sobre cómo resolver conflictos pacíficamente.
FIN.