El décimero del pueblo
En un pequeño pueblo rodeado de manglares y con el murmullo del mar de fondo, vivía un niño llamado Santiago. Era un niño curioso y soñador que pasaba sus días explorando la costa y contando historias a su mamá, quien siempre lo escuchaba con una sonrisa.
Un día, mientras recogía conchitas en la playa, Santiago encontró un viejo cuaderno cubierto de arena. Al abrirlo, se dio cuenta que estaba lleno de décimas y cuentos escritos por un tal Linver Nazareno. "¡Mirá mamá, encontré algo increíble!"- exclamó emocionado.
"¿Qué será, hijo?"- preguntó su mamá, acercándose con interés.
"Es un cuaderno de décimas sobre nuestras historias, habla de nuestros ancestros y los manglares. ¡Quiero ser un escritor como él!"- dijo Santiago, sus ojos brillaban de emoción.
A partir de ese día, Santiago decidió que quería aprender a contar esas historias. Se sentó bajo un manglar y comenzó a escribir sus propias décimas. "El mar despierta en olas, / y la luna brilla en cielo, / mi corazón juega a ser, / el más grande de los sueños"-.
Sin embargo, no todo fue fácil. En la escuela, sus compañeros se burlaban de sus versos. "Santiago, mejor jugá al fútbol que escribir cosas raras"-, le dijeron un día.
Santiago se sintió triste y pensó en dejar de escribir, pero cuando volvió a casa, su mamá lo abrazó y le dijo: "No dejes que otros apaguen tu luz, hijo. Las historias son un tesoro que viene de nuestro corazón"-.
Inspirado por sus palabras, Santiago decidió seguir adelante. Siguió escribiendo, cada vez más seguro de sí mismo. Un día, la maestra organizó un concurso de relatos sobre la historia del pueblo. Santiago decidió participar.
Con el corazón palpitante, se presentó en la escuela con su cuaderno. Al momento de leer su décima, el silencio se hizo en la sala. "El viento susurra secretos, / sobre barcos y piratas, / sobre peces que en el agua, / bailan como acrobatas"-.
Cuando terminó, sus compañeros lo miraron sorprendidos. "¡Eso estuvo genial, Santiago!"- dijo uno de ellos. "Sí, tenés que seguir escribiendo"- agregó otro.
La maestra, emocionada, se acercó y le dijo: "Has capturado la esencia de nuestra historia con tus palabras, Santiago. ¡Felicidades!"-. Al final del concurso, Santiago ganó el primer premio y con eso, el respeto de sus compañeros.
Un tiempo después, Santiago decidió compartir su historia en la plaza del pueblo. La gente comenzó a reunirse para escucharlo. "¿Qué vas a contar hoy?"- le preguntó un amigo.
"Hoy hablo sobre los manglares y su belleza, y cómo debemos cuidarlos para que sigan siendo parte de nuestras vidas"-.
Con entusiasmo, Santiago relató la historia de los antiguos pescadores y cómo el mar siempre había estado en la memoria del pueblo. Todos aplaudieron y algunos lloraron de alegría.
Al final de la función, una anciana se acercó a él. "Gracias, muchacho, por recordarnos de dónde venimos. Tus palabras son un regalo para todos nosotros"-.
Santiago sonrió y se dio cuenta de que sus décimas no solo eran historias, sino un puente para conectar corazones.
Con el tiempo, Santiago se convirtió en el décimero del pueblo, saludando a las nuevas generaciones mientras les contaba las historias de antaño. Empezó a enseñar a los niños a escribir sus propias décimas, formando así una comunidad que celebraba la rica historia del Cantón Muisne.
Y así, en un rincón del mundo donde el mar y los manglares se encontraban, nació una nueva tradición gracias a un niño valiente que no dejó que la burla de otros apagara su sueño de ser escritor. Los versos de Santiago viajaron entre las olas, creando un eco eterno de amor por la historia y las palabras.
Y en la noche, cuando la luna brillaba, Santiago siempre recordaba las suaves rimas de Linver Nazareno, el hombre que había inspirado su viaje hacia la escritura, convirtiéndose él mismo en un faro de palabras en su querido pueblo.
FIN.