El Derecho a Ser Feliz



Había una vez, en un pueblito mágico llamado Lunaluna, un grupo de niños que soñaban con un mundo donde todos tuvieran el derecho a ser felices. La maestra Mariana siempre les decía que la felicidad era un derecho fundamental y que, al ser pequeños, ellos tenían el poder de cambiar las cosas.

Una mañana brillante, mientras los niños se acercaban a la escuela, Clara, una niña con trenzas y ojos chispeantes, se detuvo en seco.

"¡Esperen!" - gritó Clara.

"¿Qué pasa?" - preguntaron Maxi y Sofía, sus amigos.

"Hoy es el día en que debemos hablar sobre el derecho a ser felices en clase" - dijo Clara, mirando al cielo.

Los niños corrieron hacia la escuela, con la emoción rebosando.

Al llegar al aula, la maestra Mariana sonrió y dijo:

"¡Buenos días, chicos! Hoy estamos aquí para escribir una carta sobre nuestros derechos. ¿Qué creen que es lo más importante para nuestra felicidad?"

Todos levantaron la mano al mismo tiempo.

"¡Jugar!" - exclamó Maxi.

"¡Comer helado!" - agregó Sofía con una sonrisa dulce.

"¡Tener amigos!" - gritó Clara.

La maestra sonrió y dijo:

"Exacto, pero también debemos pensar en aquellos que no tienen la oportunidad de jugar, o que no pueden compartir el helado con amigos. ¿Por qué no escribimos sobre eso?"

Los niños se miraron entre ellos, haciendo una lista de los derechos que deberían tener todos los niños.

Cuando terminaron de escribir, decidieron llevar la carta al alcalde del pueblo, el Sr. Bomberito.

"¿Qué es lo que quieren, pequeños?" - preguntó él, acomodándose las gafas.

"Queremos que todos los niños del pueblo tengan el derecho a ser felices, a jugar y a compartir con amigos. ¡Queremos una gran fiesta!" - dijo Clara con valentía.

El alcalde pensó un momento y respondió:

"Sí, sí, todo suena maravilloso, pero organizar una fiesta tan grande cuesta mucho dinero. ¿Por qué deberían ayudar a los demás?"

Los niños se miraron preocupados. Entonces, Sofía se adelantó y dijo:

"Porque al ser felices juntos, nuestro pueblo será un lugar más alegre. La felicidad no tiene precio, y todos merecemos disfrutarla".

El alcalde se rió y asintió.

"Tienen razón, pero necesitaré ayuda para organizarlo. ¿Se animan?" - comentó con una sonrisa.

"¡Sí!" - respondieron todos al unísono.

Así que comenzó la aventura. Los niños se pusieron a trabajar. Hicieron afiches, prepararon decoraciones y enviaron invitaciones a cada rincón de Lunaluna. El día de la fiesta, todo el mundo estaba emocionado. La plaza se llenó de risas, juegos, y había helado para todos. El ambiente estaba lleno de alegría.

Mientras disfrutaban, Clara miró a su alrededor y dijo:

"Miren, ¡todos son felices!"

Sofía agregó:

"Y eso es porque hemos trabajado juntos y hemos compartido el derecho a ser felices. ¡Qué lindo es ver a todos sonreír!"

Maxi se acercó y propuso:

"¿Por qué no hacemos esto una vez al mes?"

Los demás se entusiasmaron con la idea.

Pero un día, mientras estaban en la plaza, notaron a un grupo de niños que miraban desde lejos, un poco tristes.

"¿Por qué no se acercan a jugar?" - les gritó Clara.

Uno de ellos, un niño llamado Lucas, respondió:

"Nosotros no tenemos con qué jugar..."

Los niños de Lunaluna se miraron y decidieron que era hora de actuar de nuevo.

"¡Hagamos una colecta!" - propuso Sofía emocionada.

Trabajaron juntos para reunir juguetes y juegos que ya no utilizaban. Todos se unieron y, al final, lograron conseguir una gran cantidad.

El día siguiente, llevaron los juguetes a los niños que habían estado mirando desde lejos. Al ver las sonrisas y la alegría de Lucas y sus amigos, el corazón de todos se llenó de felicidad.

Clara sonrió y dijo:

"Este es nuestro verdadero derecho: compartir y hacer felices a los demás."

Así, el derecho a ser felices se convirtió en su misión, y desde entonces, cada mes, organizaban una fiesta no solo para ellos, sino para todos los niños del pueblo.

Y así, Lunaluna se convirtió en un lugar donde todos tenían el derecho a ser felices, donde la amistad, la alegría y la empatía reinaban, recordando siempre que la felicidad se multiplica cuando se comparte.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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