El desafío de Cantuña



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un indio llamado Cantuña. Era conocido por su habilidad para construir hermosas estructuras con sus propias manos.

Un día, mientras caminaba por el bosque, Cantuña se encontró con un misterioso hombre vestido de negro. "¿Quién eres?" preguntó Cantuña curioso. "Soy el diablo", respondió el hombre con una sonrisa siniestra. "He oído hablar de tu talento para la construcción y tengo una propuesta para ti".

Cantuña sintió escalofríos recorriendo su espalda, pero estaba intrigado. "¿Qué tipo de propuesta?""Te daré todos los materiales que necesitas para construir la iglesia más hermosa que este mundo haya visto jamás", dijo el diablo.

"Pero hay una condición: debes terminarla antes del anochecer". Cantuña sabía que hacer tratos con el diablo no era algo bueno, pero la idea de construir una iglesia tan magnífica lo emocionaba demasiado como para resistirse. "Acepto tu desafío", dijo Cantuña decidido.

El diablo rió maliciosamente y desapareció en un torbellino de humo negro. Al instante, aparecieron todos los materiales necesarios frente a Cantuña: piedras preciosas brillantes como diamantes y esmeraldas, maderas exquisitas y doradas tallas ornamentales.

Sin perder tiempo, Cantuña comenzó a trabajar incansablemente desde el amanecer hasta el atardecer. A medida que avanzaba la tarde, la iglesia tomaba forma rápidamente. Sin embargo, Cantuña comenzó a notar que el sol se ponía más rápido de lo habitual.

El diablo había engañado a Cantuña haciendo que los días fueran más cortos para dificultar su tarea. Pero Cantuña no se rindió; en lugar de eso, trabajó aún más rápido y con mayor determinación.

Faltaban solo unos minutos para el anochecer cuando Cantuña colocó la última piedra en su lugar. La iglesia brillaba bajo los últimos rayos del sol mientras Cantuña observaba con orgullo su obra maestra. En ese momento, el diablo apareció frente a él, furioso por haber sido desafiado.

"¡No puedo creerlo! ¡Has terminado antes del anochecer!" exclamó. Cantuña sonrió triunfante y respondió: "Aunque me hayas hecho trampa, mi amor por la construcción y mi determinación fueron más fuertes".

El diablo gruñó de frustración y desapareció en un remolino oscuro. A partir de ese día, nunca volvió a ser visto en aquel pueblo. La iglesia que Cantuña construyó se convirtió en un lugar sagrado donde las personas encontraban paz y consuelo.

La belleza de la estructura inspiraba a todos los visitantes. Cantuña enseñó a otros jóvenes su arte de la construcción, transmitiéndoles valores como perseverancia y pasión por lo que hacen. Juntos, construyeron muchas otras obras magníficas que embellecieron el pueblo aún más.

Y así fue como Cantuña demostró al mundo que con determinación y amor por lo que hacemos, podemos superar cualquier obstáculo y lograr cosas maravillosas.

FIN.

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