El desafío de Mateo



Había una vez en un lejano pueblo de Argentina, un simpático niño llamado Mateo. Mateo era muy curioso y siempre estaba explorando nuevos lugares y aprendiendo cosas nuevas.

Un día, mientras caminaba por el bosque, se encontró con un extraño personaje llamado Procusto. Procusto vivía en una cabaña mágica en medio del bosque y le encantaba jugarle malas pasadas a las personas que se cruzaban en su camino.

Tenía la costumbre de invitar a los viajeros a pasar la noche en su cabaña, pero con una condición: debían ajustarse a la medida de su cama. Si eran demasiado altos, les cortaba las piernas para que cupieran; si eran demasiado bajos, los estiraba hasta que encajaran perfectamente.

Mateo, al escuchar estas terribles historias sobre Procusto, decidió investigar más sobre él y descubrió que tenía el Síndrome de Procusto, lo cual lo llevaba a querer que todos fueran iguales a él.

Decidido a detener las malas acciones de Procusto, Mateo ideó un plan. Se acercó a la cabaña del villano y golpeó la puerta valientemente. "¡Hola, Procusto! Soy Mateo y he venido a desafiarte", dijo el niño con determinación.

"¿Desafiarme? ¡Ja! Nadie ha logrado vencerme nunca", respondió Procusto con arrogancia. Mateo entonces propuso un juego: debían medir quién era más alto saltando lo más alto posible. Si ganaba Mateo, Procusto prometía dejar de hacer daño a los demás.

Ambos comenzaron a saltar tan alto como podían. Procusto demostró ser muy habilidoso y alcanzó una gran altura. Pero cuando llegó el turno de Mateo, este cerró los ojos fuertemente y saltó con todas sus fuerzas, superando por poco la marca de Procusto.

"¡Gané!", exclamó Mateo emocionado. Procusto no podía creerlo, pero sabía que debía cumplir su promesa. A partir de ese día dejó de intentar cambiar a los demás y aceptó la diversidad tal como era.

Desde entonces, Mateo visitaba regularmente a Procusto para jugar juntos y compartir nuevas aventuras. El antiguo villano se convirtió en un amigo fiel gracias al ingenio y bondad del valiente niño argentino.

Y colorín colorado este cuento ha terminado con una lección importante: cada persona es única e irrepetible, ¡y eso es lo que nos hace especiales!

FIN.

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