El desafío en el parque



Atenea y Emma eran dos amigas inseparables. Siempre estaban buscando nuevas aventuras para divertirse juntas. Un día, decidieron ir al parque a jugar a la pelota.

- ¡Vamos, Emma! ¡Corre más rápido! - exclamó Atenea mientras lanzaba la pelota hacia su amiga. Emma corrió tan rápido como pudo y atrapó la pelota en el aire con una sonrisa de triunfo. - ¡Muy bien, Emma! Eres genial - dijo Atenea emocionada.

Jugaron durante horas, riendo y disfrutando del hermoso día soleado. Pero entonces, algo inesperado ocurrió. La pelota se escapó de las manos de Emma y rodó directo hacia un árbol enorme en el medio del parque. - Oh no, Atenea.

¡La pelota quedó atrapada en el árbol! ¿Qué vamos a hacer? - preguntó Emma preocupada. Atenea miró hacia arriba y vio que la rama donde estaba atascada la pelota estaba muy alta para alcanzarla. - No te preocupes, Emma.

Encontraremos una solución juntas - respondió Atenea con determinación. Las dos niñas buscaron palos largos para intentar alcanzar la pelota, pero todos eran demasiado cortos. Frustradas por no poder resolverlo solas, decidieron pedir ayuda a los adultos que estaban cerca.

Se acercaron a un señor mayor que paseaba por el parque y le explicaron lo que había sucedido. - Por supuesto que puedo ayudarlas - dijo el señor con una sonrisa amable-. Pero primero necesitamos algo más largo para alcanzar la pelota.

El señor se dirigió a su auto y sacó una escalera larga. Con cuidado, subió por la escalera y logró liberar la pelota del árbol. - ¡Lo hiciste! ¡Muchas gracias, señor! - exclamaron Atenea y Emma emocionadas.

El señor bajó de la escalera y les entregó la pelota con una sonrisa amable. - No hay problema, chicas. Estoy feliz de poder ayudarlas. Recuerden que siempre es mejor trabajar en equipo y pedir ayuda cuando lo necesiten.

Atenea y Emma asintieron con gratitud mientras el señor se alejaba. Comprendieron que no importaba cuán difíciles fueran los obstáculos, siempre había alguien dispuesto a tenderles una mano amiga.

Desde aquel día, Atenea y Emma aprendieron que pedir ayuda no era un signo de debilidad, sino de valentía. Se dieron cuenta de que juntas podían enfrentar cualquier desafío que se les presentara en el camino.

Y así continuaron sus aventuras, sabiendo que tenían el apoyo mutuo para superar cualquier obstáculo que encontraran. Porque cuando juegas en equipo y pides ayuda cuando lo necesitas, las posibilidades son infinitas.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!