El descubrimiento de Copito


Había una vez en un tranquilo barrio de Buenos Aires, un gato blanco con tres rayas grises en su lomo llamado Copito.

Copito era un gato muy especial, no solo por su pelaje único, sino también por su actitud rebelde hacia la comida. A diferencia de los demás gatos que devoraban con entusiasmo sus croquetas, a Copito simplemente no le gustaba comerlas.

Un día soleado, mientras los otros gatos del vecindario disfrutaban de sus comidas, Copito se sentó frente a su plato de croquetas y lo miró con desdén. "¡No quiero comer esto! ¡Es siempre lo mismo y me aburre!"- se quejaba mientras daba vueltas alrededor del plato.

Su dueña, Martina, preocupada por la salud de Copito, intentó tentarlo con pescado fresco y leche tibia, pero él seguía negándose a probar las croquetas. "No me importa si es pescado o carne gourmet, ¡simplemente no quiero croquetas!"- maullaba tercamente.

Martina decidió pedir ayuda a la vecina más sabia del barrio, Doña Rosa. Esta señora mayor tenía fama de resolver problemas difíciles entre los animales del vecindario.

Al escuchar el dilema de Martina sobre la alimentación rebelde de Copito, Doña Rosa sonrió con complicidad y le dijo: "Tengo una idea que podría ayudar a nuestro amigo felino".

Esa misma noche, cuando todos dormían en el barrio excepto los gatos callejeros curiosos que merodeaban por las calles empedradas, Doña Rosa llevó a Martina y a Copito al parque cercano donde crecían hermosos árboles frondosos y flores silvestres. "¿Por qué estamos aquí?"- preguntó Martina confundida. "Confía en mí", respondió Doña Rosa mientras buscaba algo entre las sombras del parque.

Finalmente encontraron lo que parecía ser un pequeño nido abandonado cerca de un árbol. En ese momento salió una familia de ratones asustados que habían estado viviendo allí temporalmente.

Antes de poder reaccionar ante la presencia humana y felina, uno de los ratoncitos cayó al suelo justo frente a Copito. El instinto cazador del gato despertó al ver al pequeño roedor indefenso frente a él.

Sin pensarlo dos veces ni recordar sus caprichos alimenticios anteriores, Copito atrapó al ratón con destreza antes de que pudiera escapar. Martina quedó sorprendida por la rápida reacción de su mascota e incrédula ante lo ocurrido. Doña Rosa sonrió satisfecha y explicó: "A veces necesitamos recordar nuestras raíces salvajes para apreciar lo simple y natural".

Desde esa noche mágica en el parque, Copito volvió a comer sus croquetas sin protestar ni hacer exigencias extravagantes sobre su comida.

Había descubierto que incluso las cosas simples pueden tener gran valor cuando se ven desde una perspectiva diferente. Y así fue como el gato blanco de tres rayas aprendió una valiosa lección gracias a la sabiduría ancestral compartida por Doña Rosa: nunca subestimes el valor real detrás de lo aparentemente ordinario.

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