El Deseo en el Lago Encantado


Había una vez, en el año 1805, en una pequeña aldea de Argentina, vivía un chico llamado Mateo. Mateo era un niño curioso y ágil, no tenía miedo a nada y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Vivía con su padre Juan, quien solía ser un gran explorador pero que ahora se dedicaba a cuidar de su hijo.

Un día, mientras ayudaba a un amigo de su padre llamado Nicolás en su taller de carpintería, Nicolás le contó a Mateo sobre una antigua leyenda de un lago perdido en Atitlán, Guatemala. Según la leyenda, este lago contenía aguas mágicas que concedían deseos a aquellos lo encontraban.

Mateo quedó fascinado por la historia del lago perdido y decidió que quería encontrarlo. A pesar de las advertencias de Nicolás sobre lo peligroso que podía ser el viaje, Mateo estaba decidido a emprender esa aventura.

"¿Estás seguro de querer irte en busca del lago perdido, Mateo? Podrías meterte en problemas", le advirtió Nicolás. "Sí, estoy seguro. Quiero descubrir si la leyenda es real", respondió determinado Mateo. Con el permiso de su padre Juan, Mateo se preparó para la travesía hacia Guatemala.

Empacó algunas provisiones y partió rumbo al desconocido junto con Nicolás como guía. El camino hacia el lago perdido no fue fácil. Tuvieron que atravesar densas selvas y escarpadas montañas enfrentando diversos peligros.

En una ocasión estuvieron a punto de ser atacados por unas fieras salvajes pero lograron escapar gracias a la astucia y valentía de Mateo. Después de días de ardua caminata finalmente llegaron a las orillas del Lago Atitlán. El paisaje era deslumbrante: aguas cristalinas rodeadas por imponentes volcanes y exuberante vegetación.

"¡Lo hemos logrado! ¡Hemos encontrado el lago perdido!", exclamó emocionado Mateo. Pero antes de poder acercarse al agua para hacer su deseo, apareció un hombre misterioso que resultó ser el guardián del lago.

"¿Qué hacen aquí intrusos? Este lugar es sagrado y solo aquellos con corazón puro pueden pedir un deseo", dijo el guardián con voz firme pero amable.

Mateo sintió temor ante la presencia del guardián pero recordó las enseñanzas de su padre sobre la importancia de actuar con bondad y humildad. Se acercó al guardián con respeto y sinceridad en su corazón.

"Señor guardián, mi deseo es traer prosperidad a mi pueblo y demostrarles que los sueños se pueden hacer realidad si uno cree en ellos", expresó humildemente Mateo. El guardián sonrió ante las palabras sinceras del joven e hizo un gesto permitiendo que se acercara al agua para formular su deseo.

Al sumergir sus manos en el lago sintió una energía cálida recorrer todo su ser mientras pronunciaba sus palabras llenas de esperanza. Al salir del agua, vio cómo el entorno brillaba con una luz especial y supo que algo había cambiado dentro él.

El guardián le entregó una piedra preciosa como símbolo de cumplimiento del deseo realizado por tener buenos propósitos detrás; luego les indicó cómo regresar sanos y salvos a casa.

De vuelta en Argentina, Mateo compartió con todos los habitantes lo aprendido durante esa travesia: "Nunca pierdan la fe ni abandonen sus sueños; siempre hay magia dentro nosotros para hacerlos realidad". Y desde ese día se convirtió en ejemplo inspirador para todos aquellos niños dispuestos seguir sus pasos llenos coraje e ilusión.

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