El despertar de la siembra



Había una vez, en los hermosos Andes orientales del Perú, un joven llamado Kalli. Era conocido en su pueblo por su gran deseo de dormir y su aversión a trabajar en las siembras. Sus amigos siempre se quejaban de que a Kalli le gustaba dejar todo para último momento y, en lugar de salir al campo a realizar las tareas que requería la cosecha, prefería quedarse en la cama soñando con grandes aventuras.

Un día, el abuelo de Kalli se acercó a él y le dijo:

"Kalli, hoy es un día especial. Debes ir a traer los toros para ayudar con la siembra. Sin ellos, el trabajo será muy difícil."

Kalli, entre bostezos, respondió:

"Sí, abuelo, lo haré después de un rato más..."

Como siempre, la pereza lo ganó y se quedó en la cama hasta que el sol estaba bien alto. Pero esa noche, cuando se fue a dormir, algo misterioso sucedió.

Mientras Kalli dormitaba, sintió un suave viento que lo envolvía. De repente, se encontró rodeado de luces y figuras etéreas: eran los fantasmas de los ancestros de su pueblo.

"Kalli, Kalli..." dijeron al unísono.

El joven, asustado, se levantó de su cama.

"¿Quiénes son ustedes?" preguntó temblando.

"Somos los espíritus de aquellos que cultivaron estas tierras antes que tú. Hemos venido para mostrarte la importancia de honrar nuestras tradiciones y cuidar de la cosecha. Ven, síguenos."

Los fantasmas lo llevaron a un campo que solía estar lleno de flores y vegetales, pero en su lugar había tierra seca y triste.

"Esto es lo que ocurre cuando descuidamos nuestras raíces y no trabajamos en conjunto. Las tradiciones no son solo cuentos; son la clave para mantener viva nuestra cultura y nuestro futuro."

Kalli miró con tristeza el terreno marchito y dijo:

"Lo siento, no sabía que mi pereza podría afectar tanto a mi pueblo."

"No es solo tu pereza, Kalli. Es la falta de respeto hacia lo que hemos aprendido de nuestros padres y abuelos. Tú tienes el poder de cambiar esto."

El joven sintió un gran peso en su pecho. Un deseo de aprender y recuperar lo que su pueblo había perdido creció en su interior.

"¿Qué debo hacer?" preguntó con determinación.

"Debes levantarte cada día con el sol, trabajar la tierra, cuidar de tus animales, y transmitir a las nuevas generaciones la importancia de nuestras tradiciones. Solo así florecerá la tierra y tu pueblo volverá a estar unido."

De repente, Kalli despertó en su cama. Era de día; el sol brillaba por la ventana. Sin dudarlo, se levantó rápidamente.

"¡Hoy no me quedo en la cama!" dijo para sí mismo.

Juntó fuerzas y, con energía renovada, salió corriendo de su casa hacia el campo. Al llegar, encontró a sus amigos listos para trabajar, pero notaron su entusiasmo.

"¿Qué te pasó, Kalli? ¿Estás diferente hoy?" preguntó uno de ellos.

"Quiero ayudar, quiero aprender a sembrar y cuidar de nuestra tierra. ¡Vamos a buscar los toros!"

Los chicos se miraron sorprendidos, pero sonrieron. Todos juntos fueron a buscar los toros y comenzaron a trabajar en el campo bajo la luz del sol, riendo y conversando. Al final del día, un gran avance se había hecho en la siembra.

Kalli sintió orgullo por lo que había logrado. Y lo mejor de todo, había aprendido no solo de la importancia de las siembras, sino también de la unión del pueblo y su cultura.

Desde entonces, el joven fue conocido no solo por su esfuerzo en el campo, sino también por ser un gran contador de historias sobre las tradiciones de su pueblo. En poco tiempo, el campo se volvió un lugar lleno de vida, risas y abundancia, todo gracias a la lección que había aprendido de los fantasmas de sus ancestros. Y así, Kalli nunca más volvió a mirar la siembra con pereza, porque sabía que cada semilla sembrada era un paso hacia el futuro. Y así, el pueblo floreció en armonía y alegría.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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