El Día de la Amabilidad



Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño pueblo llamado Solnido. Lucas era un chico divertido y curioso, pero había algo que le faltaba: la amabilidad. Siempre estaba más preocupado por jugar a la pelota con sus amigos que por ayudar a los demás. Un día, mientras caminaba por el parque, vio a una anciana tratando de cruzar la calle.

"¡Apurate, señora!" - le gritó, sin detenerse, mientras corría hacia la otra acera.

La anciana lo miró con tristeza y continuó esperando.

Esa tarde, Lucas decidió ir a la casa de su abuela para merendar. Al llegar, notó que su abuela estaba un poco triste.

"¿Qué te pasa, abuela?" - preguntó Lucas.

"Nada, querido. Solo estoy pensando en lo rápido que pasa el tiempo y en cómo me gustaría que mis amigos vinieran a visitarme más a menudo." - respondió ella.

Lucas se sintió mal al ver a su abuela así.

"Puedo invitar a tus amigos, abuela. Eso te hará feliz." - dijo Lucas, tratando de animarla.

"Eso sería maravilloso, Lucas. Pero no quiero que te moleste."

Esa noche, mientras Lucas se preparaba para dormir, escuchó un fuerte estruendo fuera de su ventana. Miró hacia afuera y vio a un grupo de niños que se reían y jugaban.

Al día siguiente, Lucas decidió hacer algo diferente. Quería ser amable, así que se les acercó.

"¿Quieren jugar conmigo?" - les preguntó.

Los niños lo miraron intrigados.

"¿Tú? Dejas a todos de lado. ¿Por qué deberíamos jugar contigo?" - respondió una niña llamada Sofía.

"Porque quiero ser amable. He decidido hacer nuevas amistades y prestar atención a los demás." - dijo Lucas, sintiendo un pequeño cosquilleo en su pecho.

Sofía y los demás se miraron, sorprendidos por la respuesta de Lucas.

"Está bien, juguemos. Pero ¿qué tienes en mente?" - dijo Sofía, esbozando una sonrisa.

Lucas propuso un nuevo juego: un torneo de pasapelotas, donde cada equipo tenía que ayudar a un niño en el camino de conseguir el gol.

Durante el juego, Lucas se dio cuenta de que ser amable le hacía sentir muy bien. Cuando uno de los niños cayó, todos se detuvieron para ayudarlo.

"¡Eso fue genial!" - exclamó uno de los chicos.

"No lo hubiera podido hacer sin tu ayuda. Gracias, amigo!" - respondió el que había caído.

Al finalizar el día, Lucas se sintió más feliz que nunca.

"¿Podemos hacer esto de nuevo mañana?" - preguntó emocionado, mientras todos asentían con la cabeza.

Lucas decidió que no solo quería ser amable en el juego, sino también en su vida diaria. Al día siguiente, se levantó con el propósito de ayudar a los demás. Al ver a la anciana del parque, se acercó.

"¿Necesita ayuda para cruzar, señora?" - le preguntó con una gran sonrisa.

"Oh, muchas gracias, jovencito. Me harías un gran favor." - respondió la anciana.

Sin pensarlo, Lucas tomó su mano y la ayudó a cruzar la calle. La anciana le sonrió.

"Eres un niño muy amable. Recuerda, la amabilidad siempre vuelve a ti."

Esa frase resonó en la mente de Lucas. Con cada acto de amabilidad, ya sea ayudando a sus compañeros, cuidando a los más pequeños o apoyando a su abuela en momentos difíciles, Lucas se daba cuenta de lo importante que era hacer sentir bien a los demás. Y, gradualmente, también comenzó a sentirse bien consigo mismo.

Al finalizar la semana, Lucas había hecho nuevos amigos y se sintió más querido que nunca. Ya no era solo el niño que jugaba a la pelota; ahora era el niño que sabía que, a través de pequeños actos de amabilidad, podía iluminar el día de alguien.

Al mirar hacia atrás, Lucas comprendió que la verdadera magia del juego estaba en el cariño que compartía con sus amigos y en la alegría que llevaba a los demás. Desde ese día, el pueblo de Solnido no solo se llenó de risas, sino también de amabilidad, y Lucas se convirtió en un ejemplo a seguir para todos los niños.

"¡LA AMABILIDAD ES LA MEJOR DE LAS JUEGOS!" - gritó Lucas un día, mientras todos reían y celebraban.

Y así, el niño que un día había pasado de largo junto a una anciana, se transformó en un niño que iluminaba el mundo a su alrededor, un acto de amabilidad a la vez.

FIN.

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